top of page
Empezando con tropiezos, avanzando con esperanza
28 Junio 2025

Estoy escribiendo esto sin saber muy bien qué espero conseguir: quizá poner orden en estas últimas semanas, sacar de mí todo lo que llevo dentro, respirar un poco más al plasmarlo en palabras.

Estos últimos días… ni la palabra “montaña rusa” les hace justicia. Ha sido abrumador, emocional y, sinceramente, muy difícil de digerir. Creo que solo quien ha pasado por algo similar puede entenderlo de verdad.

El centro en el que he trabajado y al que he entregado tanto… ahora va a convertirse en mi propio proyecto. Voy a abrir mi propia escuela de infantil en el mismo lugar donde trabajaba con alguien a quien admiro profundamente. Mi anterior directora —una mentora fantástica— decidió marcharse. Eso, por sí solo, fue un shock. No me lo esperaba. Ella era el corazón del sitio: positiva, cariñosa, apoyaba a todos y hacía las cosas bien.

Y de repente apareció la oportunidad de tomar el relevo. Fue abrumador… y a la vez, la realización de un sueño. Si me has escuchado hablar alguna vez, sabes que llevaba años diciendo: “Algún día tendré mi propia escuela infantil, haré felices a los niños, cuidaré a mi equipo y lo daré todo.”

Y, de pronto… estaba ocurriendo.

Las emociones han sido intensas: ilusión, nervios, alegría, miedo, inseguridad, gratitud… todo junto. No dejaba de pensar: ¿cómo lo haré sin ella? Siempre estuvo ahí. Si quiera daba un paso, ahí aparecía. De pronto, la responsabilidad recayó en mí.

Me encontré con un montón de trámites — registros, cuentas de suministros, finanzas… una montaña que no aprecié hasta que me vi obligada a escalarla. Pero lo fui haciendo paso a paso. Lento (más de lo que me habría gustado, porque gran parte no dependía de mí), pero firme. Cada tarea completada me dio fuerzas para seguir.

Y llegó el último día —el día en que ella dejó de estar al mando. A partir de ese momento, todo dependía de mí. Cada decisión, cada duda, cada problema… recaía en mí. Fue aterrador. Pero me dije a mí misma: yo puedo hacerlo. Y lo creo.

Lo creo porque cuento con personas increíbles a mi lado. Personas que se han mostrado presentes en cuerpo y alma.

Desde el primer día tras cerrar el anterior centro, he recibido ayuda sin reservas.

  • L.: moviste cajas, cambiaste estanterías y ayudaste a preparar las aulas. El empezar a pintar las clases fue más rápido gracias a ti. No sabes cuánto ayudaste.

  • P.: cuando ningún manitas estaba disponible, viniste tú. Arreglaste lo que nosotros no sabíamos. Nos salvaste de la locura.

  • A.: llegaste preparada para pintar, limpiar y llevar todo al contenedor. Tu energía lo cambió todo.

  • I.: podrías haber descansado, pero elegiste estar a mi lado. Con tu calma y profesionalidad, me evitaste mil pánicos.

  • C.: acabas de ser madre y aún así viniste con tu bebé para echarnos una mano. No tengo palabras. Elegiste darnos tu tiempo cuando el descanso era vital.

  • V.: tras tu día entero de trabajo, viniste a fregar suelos y quitar cinta. Espero que se quede todo en un recuerdo divertido —gracias por estar ahí.

  • E.: has estado cada día desde primera hora hasta la última de cada noche, pintando, organizando, liderando cuando yo estaba perdida, sujetando los hilos cuando todo se tambaleaba. No habría logrado nada sin ti.

Creíamos que estábamos listos: aulas pintadas, material preparado, todo casi listo… y de pronto… un revés. No podremos abrir cuando esperábamos.

Fue devastador. Hice todas las llamadas, contacté con cada autoridad, pedí una prórroga, expliqué nuestra necesidad… pero no fue suficiente.

Decírselo a las familias fue lamentable. Empezaron los mensajes:


– «¿Y ahora qué hago con mi hijo?»


– «¿Cuánto tiempo va a durar esto?»
– «¿Me puedes decir? »

Y yo no tenía respuestas. No podía darlas.

Algunas familias tuvieron que acudir a otras opciones. Lo entiendo —haría lo mismo. Pero me rompió el alma. Sentí que fallé, aunque hice todo lo posible. Me invadió una culpa que no era justa… pero ahí estaba.

Y, sin embargo, cerca de ese desánimo, apareció la esperanza.

El equipo mostró un apoyo inquebrantable: «Estamos contigo.» «Lo superaremos juntos.» Esas palabras me levantaron cuando ya no podía más. Quizá no son conscientes del impacto que tuvieron en mí.

Y las familias reaccionaron con compresión, confianza y mensajes de ánimo. Me aseguraron que, aunque este contratiempo duele, creen en mí y en lo que vamos a construir. Ese reconocimiento… significó todo.

Así que aquí estoy: aún luchando, aún trabajando por hacer de este lugar algo maravilloso. Un centro donde los niños quieran estar, las familias se sientan seguras y el equipo se sienta orgulloso.

No es el comienzo que imaginé. Pero con vuestra confianza, prometo que será algo muy bonito.

Gracias, de corazón, al equipo, a amigos, familia y familias —por creer en mí cuando casi me había rendido. Me habéis sostenido.

Todavía no hemos llegado, pero juntos… lo haremos.

María

Asamblea: Caos, Risas y… ¿Adidas?
8 Marzo 2025

Si trabajas con niños, sabes que tienen un talento especial para hacerte reír cuando menos te lo esperas. Y, por alguna razón, esas son las veces que más te ríes… porque no veías venir el momento.

Así que imagina esto: es hora de la asamblea. Si eres profe, ya sabes lo complicado que puede ser. El objetivo (que a veces parece imposible) es conseguir que los niños recojan, se sienten en la alfombra y, lo más difícil de todo, ¡que se queden ahí! Suena fácil, ¿verdad? Pues no.

Todo empieza con Liam. “¡Tengo calor! ¡Quiero quitarme el jersey!”

Vale, no pasa nada. “De acuerdo, ven, te ayudo.” Pero, por supuesto, en cuanto Liam se quita el jersey, Sofía también siente un calor insoportable. Y después Seán. Y Martina. Y, en un abrir y cerrar de ojos, la mitad de la clase está quitándose el jersey como si estuviéramos en pleno verano.

Bueno, jerseys fuera. Ahora sí, ¿no? Jajaja, claro que no.

Ahora Pablo necesita ir al baño. Por supuesto que sí. Intento convencerle de que aguante un poco. Me dice que sí... pero empieza a hacer el baile. Ya sabes cuál. Ese movimiento inquieto que te avisa de que solo quedan segundos antes del desastre. Así que suspiro. “Venga, ve.”

Y, como por arte de magia, Aoife también de repente necesita ir al baño. Luego Carlos. Luego Lucía. Y antes de que me dé cuenta, tengo a medio grupo haciendo cola.

El resto aguanta exactamente 1,2 segundos antes de aburrirse.
“¡Profe, Martina me ha empujado!”
“¡Profe, Diego se ha sentado en mi sitio!”
“¡Profe, Elena me está mirando raro!”

Y ahora, en vez de estar haciendo la asamblea, estoy mediando en una pelea de patio intentando calmar los ánimos.

Finalmente, todos han vuelto del baño. ¿Ahora sí que podemos empezar? No.

Porque ahora Rían necesita beber agua. Y, como antes, de repente toda la clase se da cuenta de que está súper sedienta. Como si acabaran de cruzar un desierto.

Respiro hondo. “Vale, escuchad. Si necesitáis agua, id. Si necesitáis el baño, id. Si queréis quitaros el jersey, ahora es el momento. Porque después de esto, NADIE se levanta.”

Todos asienten con cara de angelitos. “Sí, profe.”

Finalmente, por fin, empezamos. Manos arriba, manos abajo, cantamos la canción… más o menos juntos. Algunos empiezan a gritar, pero seguimos adelante. Después de algunos ajustes (y pequeñas peleas), empezamos la lección.

Todo va bien. Estamos repasando las palabras de la semana, y los niños lo están haciendo genial. ¡Incluso saben decir los días de la semana en inglés y en español! Nos ha costado meses, pero lo hemos conseguido.

Y entonces llega el momento del vocabulario de la semana.

"Vale, primera palabra: firefighter."
"¡Bombero!" grita Cillian.
"¡Muy bien!"

"Siguiente palabra: police officer."
"¡Policía, policía!" grita Nerea.
"¡Genial!"

¡Vamos con buen ritmo!

"A ver, siguiente: teacher. ¿Alguien se acuerda?"

Liam, muy seguro de sí mismo, grita: "¡Techora!"

Mi compañera y yo nos miramos y nos echamos a reír. Nos encanta cuando intentan inventarse palabras en español con toda la lógica del mundo.

"¡Buen intento! Pero no es esa, prueba otra vez."

Sofía, emocionada, grita: "¡Animales!"

"¡Buena memoria! Pero animales era la semana pasada y significa animals. ¿Alguien recuerda cómo se dice profesor o profesora?"

Los niños empiezan a gritar palabras al azar, inventando cosas y subiendo el volumen cada vez más.

Y entonces, Lucía tiene una revelación. Se le ilumina la cara. Lo sabe. ¡Está segurísima!

"¡YAAAA LO SÉ! ¡TEACHER! ¡ME ACUERDO!"

"¡Genial! A ver, dinos."

Toma aire, se pone de pie con todo el orgullo del mundo y grita:

"¡ANIMALES! ANIMALS! ¡ADIDAS!! TEACHER EN ESPAÑOL ES ADIDAS!!!"

Silencio.

Y entonces, mi compañera y yo explotamos de risa. Lágrimas y todo.

Porque después de todo—el caos de los jerseys, el desfile al baño, la crisis de la sed—este es el momento que hace que todo merezca la pena.

Derrotada por un niño de primaria (otra vez)
9 Febrero 2025

Una vez más, los niños—bueno, en este caso, un niño en particular—me demostraron lo listos que pueden llegar a ser. A veces más que los adultos. No, mejor dicho… la mayoría del tiempo.

El viernes pasado, en la clase de afterschool, los niños estaban cada uno a lo suyo. Algunos construyendo con Lego, otros jugando al ajedrez, algunos dibujando y coloreando. Todo en calma.

Hasta que vi a un grupo tirando piezas de Lego al suelo.

Me acerqué con toda la naturalidad del mundo, como si simplemente estuviera pasando por allí, y les dije:


—Chicos, no tiréis el Lego, que se va a romper.

Uno de ellos me miró con cara de “¿pero qué dice esta?” y me preguntó:


—¿Qué quieres decir?

Le expliqué:


—Que si seguís tirándolo, se va a romper y os vais a quedar sin Lego para jugar.

Ahora todos me miraban como si acabara de decir la mayor tontería del mundo. Y entonces empezó esta conversación:

Niño 1: Estamos haciendo como que son bombas.


Yo: Chicos, sabéis que aquí no se permiten juegos de peleas ni de disparos.


Niño 2 (con cara pensativa): Bueno… pero dijiste que no se permitían pistolas.


Yo: Exacto, no se permiten pistolas.


Niño 2: Vale, pues esto no son pistolas. Son bombas.

Ya veía por dónde iba esto.

Yo: Sí, pero no pistolas, ni bombas, ni peleas… nada que tenga que ver con la guerra.


Niño 2 (alzando una ceja): Hmm… pero en la guerra también había espátulas, ¿no?


Yo (ya sospechando a dónde quiere llegar): Eh… supongo que sí.


Niño 2: Entonces, ¿por qué tenemos espátulas aquí? Dijiste que nada que estuviera en la guerra podía estar aquí.

En ese momento, hice todo lo posible por no reírme. Pero él sabía que había ganado. Me miró con una sonrisilla, esperando a que lo admitiera.

Suspiré, sonreí y le dije:


—Sabes perfectamente a lo que me refiero… Nada que sirva para pelear o hacer daño.

Y así fue como perdí, una vez más, una discusión con un niño de seis años.

Más tarde, cuando se lo conté al equipo, nos echamos unas buenas risas. Porque, siendo sinceros… tenía su lógica. En la forma más absurda y divertida posible.

Una vez más, los niños me recordaron lo rápidos y listos que son. Ven el mundo de una manera increíble. Y a veces, los adultos simplemente no tenemos ninguna oportunidad.

Ni siquiera en temas de espátulas.

Felicidad descalza: Encontrando alegría en los pequeños momentos junto al mar
3 Febrero 2025

¿Conoces esos pequeños momentos? Esos que te hacen detenerte y darte cuenta de lo afortunado que eres. Cómo algo tan simple puede llenarte de felicidad, paz y una sensación profunda de calma. Esos momentos son especiales.

Para mí, la playa siempre ha sido ese lugar. Mi refugio. Lo curioso es que no crecí cerca del mar. Nací en el centro de España, lejos de cualquier costa, sin vistas al océano ni el sonido de las olas. Si quería ir a la playa, tenía que conducir al menos cuatro horas, así que no era algo que hiciera con frecuencia.

Pero siempre sentí una conexión con ella. Cada vez que tenía la oportunidad de visitarla, aunque fuera solo por un rato, sentía una paz inmensa. No hay nada como caminar por la orilla, sentir la brisa, escuchar el vaivén de las olas y simplemente disfrutar la belleza simple de la naturaleza.

Ahora tengo la suerte de vivir a solo unos minutos de la playa. Y lo aprovecho al máximo. En cuanto el clima mejora, voy sin pensarlo—puedo pasar horas caminando, leyendo o simplemente sentada junto al agua, dejando que el océano se lleve todas mis preocupaciones.

Siempre he disfrutado pasar tiempo a solas, y la playa es uno de mis lugares favoritos para hacerlo. Pero compartirlo con alguien más… eso es algo aún más especial. Caminar con alguien que ama la playa tanto como yo, que se detiene a admirar los pequeños detalles—las conchas, los colores del cielo, el sonido de las olas—hace que todo se sienta aún más mágico.

Ayer, caminaba descalza sobre las piedritas, tropezando un poco pero sonriendo todo el tiempo. Y en ese momento, me sentí increíblemente agradecida. Mi vida, poco a poco, se está convirtiendo en todo lo que siempre he soñado. Un simple paseo junto al mar—algo que para otros podría no significar mucho—fue suficiente para recordarme cuánto amo la vida que estoy creando.

Y, una vez más, todo gracias a la playa (y la buena compañía). Ese lugar que siempre me reconecta conmigo misma, que me recuerda a disfrutar los pequeños momentos. Porque, al final, son esos momentos los que realmente importan.

Doce meses de magia: cómo un colegio lo cambió todo
1 Febrero 2025

Todos tenemos esos pequeños momentos, esos instantes en los que nos detenemos a pensar en la vida, en lo lejos que hemos llegado y en el camino recorrido. Tal vez no todos lo hagan, pero yo sí. Y esta última semana tuve uno de esos momentos que realmente me hizo reflexionar.

Hace un año abrimos el colegio donde trabajo (¡el mejor colegio del mundo, por supuesto!). Planear una pequeña celebración para un logro tan grande me hizo darme cuenta de lo rápido que pasa el tiempo y, más importante aún, de lo mucho que conectamos con las personas. Cómo creamos relaciones, construimos recuerdos y nos convertimos en parte de algo especial.

Todavía recuerdo el primer día. Todo era nuevo: nuevos niños, nuevas familias, nuevo equipo de trabajo. Fue un gran cambio. Venía de un lugar donde conocía a todo el mundo y me sentía cómoda, y de repente me vi rodeada de desconocidos. Solo la directora, el otro subdirector y yo nos conocíamos, así que tuvimos que averiguar juntos cómo hacerlo funcionar.

Recuerdo pensar: "Wow, ¿seré capaz de lograrlo?" Ya lo había hecho antes, pero esta vez era diferente. Un equipo nuevo, un ambiente completamente distinto… ¿cómo iba a hacer que todo encajara? Pero había algo que tenía muy claro: quería que el equipo se sintiera valorado y feliz. Quería ser la subdirectora que a mí me habría encantado tener.

Y así comenzó la aventura. Los niños llegaron, cada uno con su propia personalidad, llenos de energía y, para ser sincera, no muy dispuestos a escuchar a una maestra nueva a mitad del curso. Pero a mí me encantan los desafíos. Con paciencia, actitud positiva y algunas estrategias, encontramos nuestro ritmo. Esos pequeños, que al principio eran completos desconocidos, poco a poco se convirtieron en "mis niños". Aprendieron a confiar en mí, a escuchar y a crecer. Y antes de darme cuenta, ya había pasado un año.

Mientras preparábamos la celebración del aniversario, me di cuenta de lo mucho que este colegio se había convertido en un hogar, no solo para los niños, sino también para mí. Las amistades que hemos creado, las lecciones aprendidas, los incontables abrazos y risas… todo eso significa muchísimo. Cuando les contamos a los niños sobre el aniversario, su emoción fue increíble.

"¿Cómo? ¿Es el cumpleaños del colegio?", preguntó uno.

"¡Ohhh, entonces tenemos que hacer una fiesta!", dijo otro.

Y así, el viernes, mientras organizábamos la celebración, ocurrió algo precioso. Un grupo de niños empezó a caminar por el aula abrazando las estanterías, la cocinita de juguete, los cojines, incluso los juguetes que encontraban en su camino.

"¡Feliz cumpleaños, cole!"

"¡Eres el mejor cole del mundo!"

"¡Te queremos, cole!"

Sé que si alguien ajeno hubiera entrado en ese momento, probablemente habría pensado: ¿Pero qué está pasando aquí? ¿Les han dado demasiado azúcar a estos niños? Pero para mí, fue lo más tierno del mundo. No solo iban al colegio; sentían que pertenecían a él. Lo querían. Y, para ser honesta, yo también.

En solo un año, este colegio me ha dado más de lo que jamás imaginé. Me ha ayudado a crecer, me ha desafiado y me ha enseñado cosas que nunca pensé que necesitaba aprender. Me ha mostrado resiliencia, ha reforzado mi amor por lo que hago y me ha dado el apoyo de un equipo increíble, con la confianza de una directora que realmente marca la diferencia.

Un año. Solo doce meses. Y sin embargo, se siente como una vida llena de recuerdos, aprendizajes y amor.

¡Por muchos años más!

Perlitas de educación infantil: domando el caos: llevando a los peques al patio
13 Noviembre 2024

Vuelvo de mi descanso y veo a los niños jugando felices, con sus caritas llenas de emoción. “¡Muy bien, todos! ¡Es hora de recoger porque nos vamos al gimnasio!” Espero vítores y sonrisas, pero en su lugar, recibo un coro de gemidos y caritas tristes mirándome.

“Aaaay, no queremos ir al gimnasio…”, se quejan.

¿Perdón? ¡Pensé que les encantaba el gimnasio! Con mi mejor cara de “¿Cuál es el problema?”, pregunto: “¿No os encanta el gimnasio?”

“Sí, pero queríamos ir fuera”, me responden a gritos.

Me quedo pensando un momento. La verdad es que les fascina jugar fuera, pero llevar a un grupo de niños de tres y cuatro años fuera es toda una producción. Pero, como estoy de buen humor, les hago una oferta: “Está bien, vamos afuera, pero solo si todos me prometéis algo: sin gritos, sin peleas, y si necesitáis ayuda, me esperái tranquilos. ¿De acuerdo?”

“¡Sí, profe!”, dice uno. “¡Claro!”, responde otro con entusiasmo.

Saco la caja gigante de ropa de exterior y la pongo en la mesa. “¡Zapatos fuera, todos! Ponedlos junto a la pared y después coged vuestra ropa de exterior, uno por uno.”

“¡SÍ, PROFE!”, gritan, y como era de esperar, el caos comienza de inmediato.

“¡Mis zapatos van ahí!”


“¡No, MIS zapatos van ahí!”


“¡Oye, me estás empujando!”


“¡PROFE!”

“Recordad lo que me habéis prometido…” digo tan pacientemente como puedo. Al final, logran quitarse los zapatos, y alcanzamos el siguiente desafío.

“Prfoe, no puedo ponerme el impermeable…”


“¡Ay, me estás empujando!”


“¡Profe, ayúdame!”

Todos empiezan a llamarme al mismo tiempo para que los ayude. Algunos incluso pierden el equilibrio y se caen mientras intentan ponerse sus abrigos. No puedo evitar pensar: ¿No sería más fácil si los papás eligieran ropa que los peques pudieran ponerse solos? Pero bueno, después de más gritos, empujones y un par de caídas, finalmente los tengo a todos alineados en la pared.

“Muy bien, chicos, manténganse en fila. Recordad poneros las botas antes de salir.”

“¡Sí, profe!” dicen en coro.

“Dadme espacio primero para que pueda sacar todas las botas de la caja, ¿de acuerdo?”

“¡Sí, profe, sí!”

Con esperanzas renovadas, empiezo a sacar las botas y a alinearlas. Como era de esperar, la emoción crece, y los niños empiezan a empujarse para coger las suyas primero, dejando caer sus botellas y, claro, golpeando la pared con ellas (su sonido favorito, aunque a mí no me encanta).

“Chicos, echaos para atrás. Ya sabéis cómo va esto.”

“Pero profe, ¡yo quiero ser el primero!”


“No, yo quiero ser el primero.”


“No, yo soy el líder, así que yo tengo que ir primero.”

Empieza otra ronda de empujones y peleas. Pongo mi mejor cara de “estoy un poquito molesta” y todos me miran.

“¿Qué pasa, profe?”


“¿Qué creéis que pasa?”


“No sé…”


“Bueno, yo sí sé.”


“¿Sí? ¿Qué pasa?”


“Que estamos peleando. Otra vez.”


Pausa. Luego, un coro de “¡Pero yo estaba aquí primero!” “¡Pero mis botas están ahí, así que yo voy primero!” Todos intentan defenderse, cuando de repente, una niña tiene una idea.

“¡Tengo una idea!”

“¿Ah, sí? ¿Nos la cuentas?”

“Sí, profe. ¡El que esté más callado puede escoger sus botas primero!”

Ahí está—mi influencia. Es increíble cómo aprenden rápido solo observando e imitando. “¡Excelente! ¡Es la mejor idea que he escuchado!” Los niños están de acuerdo de inmediato y, milagrosamente, logramos hacerlo en silencio.

Media hora después, finalmente están con sus abrigos, botas puestas, y botellas en mano.

“¿Todos listos para salir?”

“¡Siiiií!”, gritan.

Abro la puerta. “¡Salid ya!” les grito entre risas, y todos salen corriendo, gritando y riendo, divirtiéndose como nunca. No sé qué tiene el exterior, pero siempre lo disfrutan a lo grande. Y la verdad… todo el caos vale la pena.

Perlitas de educación infantil: zapatos quitados y a moverse: el drama de la hora del juego
7 Noviembre 2024

Era hora de jugar y los niños estaban cada uno en su mundo. Algunos con las muñecas, otros arreglando mesas imaginarias, y luego estaba Yasmin (la llamaremos así por privacidad). Yasmin, como siempre, estaba enganchada con sus Legos, pero lo típico en ella: no para de moverse. Se retuerce, da vueltas, salta… Yasmin no puede quedarse quieta. Tiene que estar en movimiento todo el tiempo, como si tuviera un motorcito dentro.

Y claro, me doy cuenta de que no lleva sus zapatos... otra vez. A Yasmin, en realidad, es raro verla con los zapatos puestos, así que decido que ya es hora de que los ponga. Así que comienza nuestra divertida conversación.

“Yasmin, tus zapatos…”

“¿Qué?” dice sin mirarme, completamente metida en sus Legos.

“¿Qué quieres decir con ‘qué’?”

“¿Qué pasa con mis zapatos?”

“¿Dónde están?”

Ella se encoge de hombros, sin dejar de concentrarse en su creación. “¡Mira! Estoy haciendo una casa con—” empieza a contarme su último proyecto, pero yo insisto en el tema de los zapatos.

“Sí, eso está muy bien, pero necesitas ponerte los zapatos.”

“Sí, pero mira,” me interrumpe señalando sus Legos.

“No, Yasmin. Primero los zapatos, y luego me cuentas todo.”

Antes de que pueda terminar la frase, ella salta: “¡Y este es el perro, y esta es la niña!”

“Yasmin,” le digo, “por favor, ponte los zapatos.”

Pero antes de que termine, ¡bam! Me corta otra vez, esta vez más fuerte, como si quisiera ahogarme con su voz: “¡Y esto lo hice con mis Legos!”

Entonces le pregunto, ya un poco desesperada: “¿Escuchaste lo que te dije?”

Ella suelta un gran suspiro de frustración y me grita: “¡Te estaba hablando, pero tú me hablabas a mí, ¡así que no pude!”

Yo intento responder, pero antes de que pueda abrir la boca, me suelta un gran “¡ERES TAN MOLESTA!”

La miro, un poco confundida, no sé si reírme o si debería estar ofendida. Está tan molesta, pero también tan graciosa que no puedo evitar sonreír y decir: “¿Soy muy molesta, eh?”

“Sí,” responde, con cara de no haberle gustado nada.

“Bueno, ¿y qué hacemos con esto?” le pregunto, poniendo una cara tonta, como para darme un poco de pena por ser tan molesta.

Me mira un momento, hace una pausa, y luego suelta: “Bueno… ¡te puedo dar un abrazo!”

Nos miramos, no podemos evitar reír. La conversación pasó de ser una batalla a un momento de risa en un parpadeo. Y así son los niños, ¿no? Siempre tan impredecibles. Justo cuando piensas que los entiendes, te cambian todo y te dejan pensando: ¿cómo hemos pasado de ahí a aquí?

Perlitas de educación infantil: cuando Pedro no es Pedro
6 Noviembre 2024

Hoy, durante mi descanso, estaba en la sala de profesores disfrutando de un almuerzo tranquilo. Para ponerte en contexto, la sala de profesores está justo al lado de mi aula, así que puedo escuchar todo lo que pasa allí. Y déjame decirte, estos niños tienen las conversaciones más graciosas. Siempre me siento allí intentando no reír en voz alta, pensando "oalá fuera una niña otra vez".

Pues ahí estaba yo, comiéndome mi almuerzo con calma. Los niños estaban inusualmente tranquilos, así que pensé "seguro que están coloreando". ¡Les encanta! En cualquier momento del día se escucha, "¡profe, quiero colorear!" y en un abrir y cerrar de ojos, están todos con los lápices de colores, tijeras, pegamento—haciendo un lío, claro. Pero si los mantiene entretenidos y "callados", yo no me quejo.

Bueno, volvamos a la historia de hoy. Estoy disfrutando de mi almuerzo en paz, cuando un nuevo miembro del personal, a quien llamaremos “Pedro”, pasa por mi aula y empieza a charlar con los niños. De repente, escucho a una niña decir: "¡Oye, tú no eres el Pedro normal!" ¡Casi me ahogo con la comida! Ni siquiera tuve que ver su cara, la conozco tan bien que podía imaginar perfectamente la expresión que tenía.

Para explicar, antes teníamos otro maestro llamado Pedro, así que eso era lo que ella quería decir con "no el Pedro normal". Pero la forma en que lo dijo fue tan directa e inocente. ¡Pobre Pedro nuevo, no tenía ni idea de lo que hablaba, mientras que mi colega y yo no podíamos dejar de reír! Los niños siguieron, diciendo que el “otro” Pedro tenía la piel diferente, e incluso uno dijo: "Él no es el Pedro real".

¡Los niños ven el mundo de una manera tan literal y divertida! Momentos como este son los que más me gustan de mi trabajo. Hicieron que mi descanso fuera aún mejor, y estoy agradecida por cada risa que me dan. ¡Hay que quererles!

Perlitas de educación infantil: Una dulce mañana en el gimnasio con mi pequeño amigo
5 Noviembre 2024

Estaba sentada en el suelo del gimnasio, con las piernas cruzadas, cuando un niño de cuatro años vino hacia mí con una gran sonrisa. Me miró y me preguntó: "¿Puedo sentarme en tus piernas?" Por supuesto, le dije que sí. Se subió, me sonrió aún más y me apretó las mejillas.

“¡Mariaaaa!” gritó.

“¿Sí?” respondí, poniendo una cara graciosa.

“¡Eres tan cómoda! ¡Quiero quedarme en tus piernas para siempre!”

“¿De verdad?” dije. “Quizás te puedo llevar a casa, ¡y puedes ser mi osito de peluche! Así te tendría conmigo y te abrazaría todo el tiempo.”

Él se rió y sacudió la cabeza. “¡No, María, no puedes!”

“¿Por qué no?” le pregunté, fingiendo no entender.

“¿Y qué pasa con mi mami y mi papi?” dijo, con una cara muy seria.

“¿Qué pasa con ellos?” le dije, bromeando.

“¡Me echarían de menos!” dijo.

“Eso está bien, ¡pueden venir a visitarte!” respondí, tratando de no reírme.

“¡Nooo, tonta!” se rió, sacudiendo la cabeza.

“¿Por qué no?”

“¡Porque yo también los echaría de menos!”

“Tienes razón, eso sería triste. ¿Qué te parece si solo eres mi osito aquí en la escuela? ¿Trato hecho?”

Él sonrió. “¡Trato hecho!” Luego, de repente, me abrazó con sus bracitos y me dijo: “Te quiero, María.”

“Yo también te quiero,” le dije, sintiéndome feliz.

Luego, se puso curioso. “¿Vives con tu familia, María?”

“No, mi familia vive en España,” le expliqué.

“¿En España?” me preguntó, con cara de sorpresa. “¡Pero tú vives en Irlanda!”

“Así es,” respondí, sonriendo.

“¿Entonces, ves a tu familia?”

“Sí, los visito, y también podemos hablar por videollamadas.”

“¡Ah! Yo también veo a mi tía en videollamadas a veces. Es muy guay,” dijo, sonriendo.

“Sí, ¿verdad que está muy bien?”

“¿Pero por qué tu familia no vive aquí?” preguntó, frunciendo el ceño.

“Porque somos de España, pero a mí me gusta Irlanda,” le expliqué.

“¿Y por qué te gusta Irlanda?”

“¡Porque estás tú! Y todos los demás niños divertidos y locos que hay aquí,” le dije con una sonrisa. “¡Vosotros hacéis que mis días sean muy divertidos!”

“¡Nosotros no estamos locos!” dijo, poniendo una cara graciosa.

“¡Oh, claro que lo estáis!” me reí, haciéndole cosquillas, y se rió tanto que casi se cae de mis piernas.

Finalmente, se acomodó otra vez y suspiró. “Quiero quedarme en tus piernas por el resto del tiempo en el gimnasio.”

“Eso me parece perfecto,” respondí con una sonrisa. Y ahí nos quedamos, tan felices como podíamos estar.

Perlitas de educación infantil: Risas matutinas y pequeños abrazos
2 Noviembre 2024

A primera hora de la mañana, la clase se llena del alegre caos del juego libre. Algunos niños están construyendo con Lego, otros juegan a las "tiendas," y algunos discuten sobre quién ha coloreado mejor.

De repente, siento una pequeña mano tirando de mi pierna. Miro hacia abajo, y ahí está—una niña con ojos brillantes, queriendo un abrazo.

"¿Te puedo dar un abrazo?" le pregunto, agachándome a su altura.

"¡Claro, profe!" dice, sonriendo.

Nos damos un fuerte abrazo, y la levanto, dándole un apretón juguetón. Ella se ríe. "¡Profe, eres tan graciosa!"

Hago una cara divertida. "¿Yo, graciosa? ¡Para nada!"

"Sí, lo eres," se ríe. "¡Me estás apretando demasiado!"

"¡Es porque te quiero mucho!" le digo, dándole otro apretón.

"Oh, profe, ¡yo también te quiero!" Ella rodea mis hombros con sus pequeños brazos, esforzándose por devolverme el abrazo.

Finjo estar sorprendida. "Ahora tú eres la graciosa—¡me estás apretando!"

Ella se ríe aún más. "¿Verdad que las dos somos graciosas?"

"¡Pero tú mucho más!" le digo, bromeando.

"No, tú."

"No, tú." Y ambas nos echamos a reír.

Finjo dejarla caer un poquito, y ella grita de emoción.

"¡Otra vez, profe!"

"Oh no, otra vez no," digo, fingiendo estar cansada.

"¡Sí, por favor!" suplica, sonriendo con una enorme sonrisa. Así que la levanto otra vez, y ella se ríe aún más. "¡Otra vez, otra vez, otra vez!" canta hasta que finalmente necesito recuperar el aliento.

"No puedo más," digo, actuando agotada. "Me estoy haciendo vieja, ¿sabes?"

Ella cruza los brazos, sonriendo. "¡Sí puedes!"

"Pero tengo que guardar algo de energía para el gimnasio después."

Me mira con una sonrisa traviesa. "¡Entonces sáltatelo y haz sentadillas conmigo!"

"Bueno, es mucho más divertido si tú te ríes cada vez," le digo, sintiendo cómo se me derrite el corazón.

"¡Entonces hazlo una y otra y otra vez!" anima.

Y ahí está—los niños siempre saben exactamente cómo darte fuerzas, sin importar cuán cansado estés.

Perlitas de educación infantil: ¿Espera... ¡No eres mamá?!
1 Noviembre 2024

Un día más en el aula, donde la imaginación vuela y las sorpresas aparecen de la nada.

¿La lección de hoy? ¡No necesitas ser mamá para ser maestra!

¡Los niños se sorprendieron al descubrir que no tengo hijos!

Estaban concentrados en una sesión de plastilina, charlando de... bueno, de todo. De repente, uno de ellos se detiene, me mira y pregunta: "Maestra, ¿cómo se llaman tus hijos?"

Le digo, riendo, "No tengo hijos". Sus ojos se agrandan de asombro, y casi grita: "¿¡Quéeeee?! ¿¡No tienes hijos!?"

"Nope, no tengo hijos", respondo, sonriendo.

"¡Pero eres maestra!" dice, completamente confundido.

"Sí, pero no soy mamá", digo divertida.

Acto seguido, todos los niños jadean como si hubiera revelado un gran secreto.

Perlitas de educación infantil: magia matutina en el colegio
31 Octubre 2024

Esta mañana, una pequeña me preguntó: "¿Puedo sentarme en tus piernas, profe?" Por supuesto, le dije que sí, y nos pusimos a conversar:

  • Niña: "¡Profe, hoy es Halloween!"

  • Yo: "¿Vas a salir a pedir dulces?"

  • Niña: "¡Sí! ¿Vas a venir conmigo?"

  • Yo: "Me encantaría, pero no puedo."

  • Niña: "¡Pero deberías venir!"

  • Yo: "¡Qué dulce eres!"

  • Niña: "¡Te quiero mucho, ven con mis amigos!"

Cuando esta pequeña me invitó a acompañarla a pedir dulces, se me derritió el corazón.

Los niños me recuerdan que el amor y la alegría siempre brillan en medio del caos.

La alegría de ser maestra de infantil: un momento que lo hace todo valer la pena
30 Octubre 2024

A la hora de salida:

- Mamá: "¡María, tengo que contarte algo dulce que dijo mi hija!"
- Yo: "¡Ay, cuéntame!"
- Mamá: "Estábamos hablando de princesas, y me dijo que una se parecía a su amiga, muy linda. Luego me preguntó quién creía yo que era la niña más bonita de su clase, y cuando le pregunté a ella, me dijo, '¡es la profe María!'"
- Yo: "Oh, eso me ha alegrado el día".

Momentos como estos son el corazón de la enseñanza.

Las pequeñas conexiones, la amabilidad inesperada y los recuerdos dulces son los que me mantienen sonriendo, incluso en los días más ajetreados.

La Clase Azul: ese lugar que lo cambió todo
10 Octubre 2024

La Clase Azul. Ese lugar del que me enamoré en el instante en que lo vi. El aula que cambió mi vida para siempre. Y no, no estoy exagerando. Puede sonar dramático, pero créeme—no lo es.

Déjame llevarte al principio. Estaba en un momento de mi vida en el que me sentía completamente perdida en mi carrera. No importaba lo que hiciera, nada parecía encajar. Había estudiado durante cuatro años, obtenido mi título en Educación y me especialicé en Audición y Lenguaje, pero aun así, me sentía inútil. Derrotada. Era como si hubiera desperdiciado años de mi vida en algo para lo que ya no estaba segura de estar hecha. Tal vez me había equivocado. Tal vez trabajar con niños no era para mí. Lo que no sabía era cuán lejos estaba de la verdad—y lo mucho que mi vida estaba a punto de cambiar.

Todo comenzó durante la pandemia. En un momento de pura frustración, decidí mandar mi currículum para un puesto en un colegio que la gente no dejaba de recomendarme. Amigos, conocidos, incluso personas que no se conocían entre sí, todos me decían lo mismo: "Tienes que conocer este lugar. Es increíble, ¡y hasta les enseñan español a los niños!" Pensé que si tantas personas hablaban maravillas, debía haber algo especial.

Así que busqué información. Y ya sabes esa sensación cuando simplemente sabes que algo es para ti. Eso fue lo que sentí. La página web de la escuela desprendía calidez y cuidado, como si cada rincón hubiera sido diseñado con amor. Pero me recordé a mí misma que las apariencias pueden engañar. Ya había estado en situaciones donde todo parecía perfecto por fuera, solo para descubrir lo contrario en la realidad. Aun así, no podía ignorar esa corazonada de que este lugar era diferente. Siempre he confiado en mi intuición, y esta vez decidí seguirla nuevamente.

El día de la entrevista, todo se sintió... bien. Mientras caminaba desde la estación de tren hasta la escuela, me invadió una sensación de paz. El aire fresco, las hojas de colores en los árboles, la vista del mar—todo parecía una señal que me decía: “Este es el lugar.”

Cuando finalmente llegué y crucé las puertas del colegio, sentí de inmediato que pertenecía allí. No era solo una escuela, era un hogar. La directora me recibió con una calidez enorme, y mientras me mostraba el lugar, me enamoré de cada rincón. Se notaba que realmente se preocupaban por los niños y por el ambiente que habían creado. Cuanto más veía, más segura estaba de que había encontrado la esperanza que tanto buscaba.

Nuestra conversación en su despacho fue lo que terminó de convencerme. Hablaba con tanta pasión, era evidente cuánto amaba lo que hacía. Al volver a la estación de tren, no podía dejar de sonreír. Este era mi lugar. Sí, supondría un gran cambio—nuevas rutinas, coger el tren todos los días (algo que no me parecía tan encantador en invierno)—pero nada de eso importaba. Sabía en mi corazón que aceptaría el puesto.

Y así lo hice.

Así fue como terminé en “La Clase Azul.” La clase que cambió mi vida. Nunca olvidaré a ese grupo de pequeños que me devolvieron el amor por la enseñanza. No tenían idea de cuánto significaban para mí. Cuando comencé, estaba llena de dudas, pero esos niños—sus bromas, sus abrazos, sus espontáneos “te quiero”—me devolvieron la vida. Me recordaron por qué me hice profesora en primer lugar: para marcar una diferencia en sus vidas, y a cambio, ellos hicieron una diferencia enorme en la mía.

Todavía recuerdo a cada uno de ellos. Aunque he tenido la suerte de trabajar con muchos niños a lo largo de los años, ese primer grupo siempre ocupará un lugar especial en mi corazón. Las fiestas de los viernes, bailar canciones como "Bomba" de King Africa y "Follow the Leader", cómo competían por sentarse en mis piernas o cómo "peinaban" (bueno, más bien despeinaban) mi pelo—todos esos momentos están grabados en mi memoria.

Y la graduación… ese día fue más que especial. Verlos cantar y recitar los poemas que habíamos practicado con tanto esfuerzo, ver cuánto habían crecido—cuánto habíamos crecido juntos—fue abrumador en el mejor sentido de la palabra.

Ese grupo de La Clase Azul—los que me devolvieron la sonrisa y mi pasión por la enseñanza—siempre serán mi grupo especial. Desde ese entonces, he amado mi trabajo cada día, y se lo debo a ellos.

A menudo me pregunto cómo estarán ahora. Espero que algún día, cuando sean adultos, pueda sentarme con ellos y escuchar sobre sus vidas, sus sueños, y si, por casualidad, se acuerdan de mí. Espero que sepan cuánto significaron para mí.

Así que, a todos ellos—R., A., Y., C., L., M., VJ., O., F., y D.—gracias. Cambiaron mi vida de maneras que nunca imaginarán, y siempre estaré agradecida por el amor y la alegría que trajeron a la Clase Azul.

Lecciones de los pequeños: estableciendo límites en el aula
13 Octubre 2024

Los niños. Esos pequeños humanos que pueden enseñarte más sobre la vida de lo que jamás imaginarías. A veces, son recordatorios perfectos de lo que realmente importa, ya sea ayudándonos a apreciar las cosas simples o enseñándonos a regular nuestras emociones. Y, seamos sinceros, ¡les encanta poner a prueba nuestros límites! Son auténticos expertos en ello. ¿Cómo lo hacen con tanta naturalidad? Es como si probar nuestra paciencia estuviera en su ADN. Simplemente... hacen cosas. Y ahí estás tú, lidiando con todas las emociones que han despertado en ti, obligado a decidir: ¿dejarás que la frustración te consuma o aprenderás algo de esta situación?

Personalmente, siempre elijo la segunda opción. No siempre es fácil, por supuesto, pero realmente creo que hay algo que aprender de cada experiencia, sin importar cuán absurda o frustrante parezca. Puede que estés poniendo los ojos en blanco, pensando: "Sí, claro, a veces las cosas simplemente suceden". Puede ser. Pero cuando decido ver esos momentos como lecciones, crezco como persona y eso hace que todo sea un poco más llevadero. Al final, la elección es tuya.

Déjame darte un ejemplo. Sé que has escuchado a la gente decir cosas como: “Ese niño no tiene límites” o “Está tan consentido”, y similares. Yo solía pensar así también, y a veces todavía lo hago, especialmente cuando no he dormido bien o he tenido un día complicado. Pero, ¿y si hay algo más profundo en juego? Permíteme compartir una historia que te hará sacudir la cabeza, pero también te permitirá ver las cosas desde otra perspectiva.

Un día, vuelvo del gimnasio con la mitad del grupo y veo a mi compañera limpiando el suelo. Le pregunto qué ha pasado y me dice: “Niña 1 se ha hecho pipí.” Eso era raro, porque niña 1 nunca tiene accidentes; siempre pide ir al baño. Mi compañera me explica que la niña le dijo que necesitaba ir, pero ella estaba ocupada ayudando a otro niño y le pidió que esperara un par de segundos. La siguiente cosa que supo, había un charco de pipí rodeando a niña 1. Sorprendida, le pregunté qué dijo la niña al respecto. Mi compañera me dice: “Me ha dicho que lo ha hecho para enseñarme a abrir la puerta inmediatamente cuando me lo pida”.

¿Espera, qué? ¿Una niña de tres años le está enseñando a su maestra una lección haciéndose pipí en el suelo? ¡Me quedé atónita! Por supuesto, los accidentes ocurren. A veces, los niños están tan absortos en su juego que se olvidan de pedir ir al baño, o son demasiado tímidos para hablar. Pero esto... esto era un nivel completamente diferente. Tenía que comprobar por mí misma si realmente había pasado eso, así que le pregunté a la niña.

Yo: “¿Qué ha pasado? Veo que llevas otros pantalones.”
Niña 1: “Me he mojado.”
Yo: “Eso es muy raro. ¿Se te ha caído tu botella de agua?”
Niña 1: “No,  me he hecho pipí.”
Yo: “Oh... ¿no llegaste a tiempo al baño?”
Niña 1: “No, se lo he pedido a la profe, pero estaba ocupada.”
Yo: “Entonces, ¿esperaste?”
Niña 1: “No, quería que abriera la puerta en ese instante.”
Yo: “Pero ella estaba ayudando a alguien, ¿verdad?”
Niña 1: “Sí, pero no me importa. Ella tiene que abrir la puerta cuando yo lo diga.”

Se me cayó la mandíbula. Hablaba con tanta confianza, como si realmente creyera que el mundo giraba a su alrededor. Su tono, su lenguaje corporal, todo gritaba: "Tú trabajas para mí." Para ser honesta, fue un poco aterrador.

Todos hemos estado allí, ¿verdad? Algunos podrían ver esto como una niña probando límites, o tal vez realmente estaba frustrada y no podía esperar más. Cada uno tendrá su propia opinión. Pero si has trabajado con niños el tiempo suficiente, sabes lo que realmente está sucediendo: esta niña aún está aprendiendo a manejar la frustración y a gestionar esas emociones intensas cuando no obtiene lo que quiere. Es posible que simplemente no esté acostumbrada a escuchar "no" o a tener que esperar. Y aunque trabajamos arduamente para enseñarles estas habilidades en el aula, solo podemos hacer tanto.

Esto me lleva a mi punto: como maestros, hacemos todo lo posible en el aula, pero somos solo una parte de la experiencia de aprendizaje de un niño. Los valores y hábitos que desarrollan en casa y en otros entornos juegan un papel importante también, y a veces pueden ser diferentes de lo que reforzamos en la escuela. Eso es perfectamente normal. Nuestro trabajo es establecer expectativas claras dentro del entorno escolar y ayudar a los niños a entender que diferentes espacios pueden tener distintas reglas. No se trata de lo correcto o lo incorrecto; se trata de adaptarse a cada situación.

Entonces, ¿cuál es la solución? Se trata de establecer límites claros en la escuela. He descubierto que si explicas a los niños: “En casa, puedes hacer las cosas de manera diferente, pero aquí en la escuela, tenemos nuestras propias reglas”, funciona. Eventualmente. Después de la 420066287ª repetición, claro.

Esto va para todos los maestros que enfrentan estos mismos desafíos todos los días: los veo y entiendo lo que sienten. No es fácil, sin duda, pero recuerda que no estás solo. Hacemos todo lo posible por nuestros estudiantes, pero al final del día, debemos reconocer que hay cosas que están fuera de nuestro control. Somos parte de un equipo más grande, y educar a un niño no es solo responsabilidad nuestra: es un esfuerzo compartido.

Una escapada de fin de semana para renovar energía: Edición Killarney
07 Octubre 2024

A veces lo único que necesitas es un descanso para hacer nada. Sin planes, sin estrés—solo relajación pura. Eso es exactamente lo que mi amiga L. y yo buscábamos el pasado fin de semana. Al principio, pensamos en hacer un gran viaje de verano, pero los precios estaban por las nubes. Así que, en lugar de gastarnos una fortuna, dijimos: "¿Por qué no darnos un capricho más cerca de casa?" Un fin de semana tranquilo en Irlanda sonaba perfecto.

Elegimos Killarney, un lugar precioso y fácil de llegar, ideal para el tipo de descanso relajado que queríamos. L. había encontrado un hotel genial hace unos meses, así que lo reservamos para pasar una noche, justo al inicio de octubre. El momento no pudo ser mejor: estaríamos las dos metidas de lleno en nuestras rutinas de trabajo y necesitaríamos urgentemente un descanso.

El fin de semana comenzó el viernes con una cena en casa de L. Su familia es encantadora, y me sentí como si estuviera con la mía. La comida fue espectacular, pero la conversación fue aún mejor. Eventualmente, llegó la hora de ponernos en marcha. Menos mal que L. condujo porque yo estaba agotada después de una semana de locos. El viaje se nos pasó volando, probablemente porque nos pasamos todo el trayecto charlando y poniéndonos al día—¡aunque nos habíamos visto la semana anterior! Hay algo en hablar con una buena amiga que hace que el tiempo desaparezca.

Cuando llegamos al hotel, nos quedamos alucinadas. Se veía incluso mejor que en las fotos—súper elegante, justo el tipo de lugar en el que sientes que mereces estar después de una semana caótica. ¿La habitación? Impresionante. ¿Y el baño? Las dos coincidimos en que queríamos uno así en casa. Tenía ese toque acogedor y relajante, con paredes oscuras y un cuadro tranquilo que invitaba a desconectar. La ducha fue una maravilla—no quería salir de allí. Pero cuando finalmente lo hice, me sentí completamente renovada y en paz.

Como somos bastante tranquilas, decidimos pasar la noche en el hotel, charlando, leyendo y disfrutando de la calma. Mientras leía, tuve uno de esos momentos en los que me sentí realmente afortunada. No solo por el lugar bonito, sino por estar con L.—alguien que de verdad me entiende. Hay algo muy especial en poder ser tú misma al 100% con una amiga, sin filtros ni apariencias. Es algo raro, y me sentí muy agradecida.

Estaba enganchada a un libro de amor que L. me había prestado—el tipo de libro que la adolescente que fui habría adorado. ¿La yo adulta? Bueno, ahora sé más cosas, pero aun así, no podía dejar de leer. Quería seguir, pero empecé a sentir mucho sueño. Finalmente, cerré el libro y me quedé dormida al instante. La cama era súper cómoda, y dormí como un bebé.

La mañana siguiente fue un sueño. Desayunamos sin prisas—disfrutando cada bocado, sin presiones. Luego, nos tumbamos junto a la piscina con nuestros libros, sintiendo que teníamos todo el tiempo del mundo. Fue uno de esos raros momentos en los que te sientes agradecida por todo—por poder darte estos pequeños lujos y tener el tiempo para disfrutarlos de verdad.

Durante nuestras charlas ese fin de semana, L. y yo hablamos sobre la vida y el tipo de mujeres que queremos ser en el futuro. Fue una conversación de esas que te hacen reflexionar. Ella mencionó algo que se me quedó grabado: cada decisión que tomamos, por pequeña que sea, moldea quién seremos. Estuvimos de acuerdo en que, ante cualquier decisión, es útil preguntarte: “¿Qué haría la yo del futuro?” De alguna manera, eso hace que todo sea más claro.

También nos dimos el gusto de un masaje en el spa del hotel. El mío fue la mezcla perfecta entre relajante y un poquito doloroso (ya sabes, ese dolor que en realidad se siente bien). Después, queríamos almorzar en el hotel, pero no servían comida hasta las 3 pm, así que nos mandaron a su hotel hermano. ¡Y no me lo vas a creer! Me encontré con una pareja cuyo hijo solía enseñar hace años. ¡El mundo es un pañuelo!

Verlos me despertó algo. Me recordó lo lejos que he llegado desde que empecé a trabajar con niños—todo lo que he aprendido y cómo he crecido. Me hizo apreciar cada pequeña decisión que he tomado a lo largo del camino y cómo todas ellas me han traído hasta aquí. Fue como si la vida me estuviera dando una pequeña señal, recordándome lo lejos que he llegado, justo cuando más lo necesitaba.

En resumen, fue un fin de semana para recordar. Un viaje corto, sí, pero que me dio justo lo que necesitaba: descanso, reflexión y una sensación renovada de gratitud. Y, por supuesto, me sentí increíblemente afortunada de tener a L. a mi lado, alguien que convierte el fin de semana más sencillo en algo verdaderamente especial. Brindo por más viajes como este, donde no hacer nada se siente como todo.

Equipo de ensueño: la magia de trabajar juntos
02 Octubre 2024

Ah, el tan anhelado "Equipo de Ensueño" – algo que todos soñamos encontrar en cualquier trabajo, ¿verdad? Con los años y después de haber sido parte de varios equipos, me he dado cuenta de lo afortunados que fuimos hace unos años. Mi jefa, I., lo vio venir entonces y lo dijo: realmente teníamos un equipo de ensueño.

Esta reflexión, de hecho, surgió después de una conversación reciente con I. Estábamos hablando de un collar que llevaba puesto, un regalo de una de las maravillosas personas que formaban parte de ese equipo, y me hizo pensar en lo especial que fue ese grupo. Así que este post es un pequeño agradecimiento para ella. No es por adular ni nada, pero de verdad valoro todo lo que ha hecho para crear un ambiente tan positivo y de apoyo para todos los que hemos trabajado con ella. ¡Así que si estás leyendo esto, I., gracias!

Crear un equipo donde todos se lleven bien, se apoyen mutuamente y mantengan una actitud positiva en los buenos y malos momentos no es tarea fácil. Mirando atrás, no puedo evitar preguntarme si fue una mezcla de suerte, de estar en el lugar y momento correctos, o quizás alguna alineación cósmica, pero teníamos algo especial. Un grupo pequeño, unido, que funcionaba a la perfección. Hacíamos sacrificios por el otro, pero nunca se sintió como una carga. Simplemente estábamos allí, sin preguntas.

Era pleno apogeo de la pandemia, yo acababa de empezar un nuevo trabajo, con niños nuevos, personal nuevo, una nueva jefa y una forma completamente nueva de trabajar. Suena abrumador, ¿verdad? Pero, sinceramente, sentí que había encontrado mi lugar.

Hubo días en los que algunos miembros del equipo estaban fuera por COVID, y los que quedábamos nos uníamos sin quejas ni dramas. Nunca olvidaré una vez en que alguien tuvo que encargarse de dos puertas para mantener seguros a los niños, mientras otra persona cambiaba un pañal – ¡nada común, pero a veces hay que improvisar! También estaban esos momentos en los que nos quedábamos sin papel higiénico (¡en serio!) y uno de nosotros tenía que salir corriendo a reponer mientras los demás manteníamos el control. A veces se sentía como un caos, pero de alguna forma siempre lo sacábamos adelante.

Por supuesto, la pandemia trajo sus propios miedos. Sabíamos que si uno de nosotros se contagiaba, el virus podía propagarse fácilmente. Hubo días en los que de verdad sentí miedo. Recuerdo un día en particular cuando entré al aula y me enteré de que la mitad de mi clase había dado positivo; tuve que salir un momento para respirar. Sabía que, tarde o temprano, me iba a contagiar, por más cuidado que tuviera. La idea de llevar el virus a casa me aterraba. Y aunque algunos padres no parecían entender del todo el riesgo que estábamos asumiendo, nosotros seguíamos adelante. Mirando atrás, quizá no comprendían realmente lo serio que era todo en ese momento.

También hubo días más tranquilos, cuando solo los hijos de trabajadores esenciales podían asistir. A veces, ¡había más personal que niños! Nos reuníamos todos en una sola clase, porque no tenía sentido dividirnos. Todavía recuerdo las miradas que nos lanzábamos – "¿Y ahora qué hacemos?" – mientras cuatro niños nos observaban. Y cuando uno quería jugar a la pelota y los otros no, pues nos tocaba ser creativos (spoiler: no siempre funcionaba como planeábamos).

Pero luego alguien tuvo la genial idea de sacar los tableros de clavijas – ¡un salvavidas! No recuerdo quién lo sugirió, pero esos tableros nos salvaron más de una vez durante esos días interminables. A pesar de toda nuestra creatividad, las horas a veces se hacían eternas.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de lo afortunados que fuimos de tener un equipo tan increíble. Estábamos M, C, L, K, J, C y yo. Pasamos por todo juntos, siempre con una sonrisa y una mano amiga. Y, por supuesto, I., que siempre nos apoyaba y se aseguraba de que tuviéramos lo que necesitábamos. Sin ella, nada de eso hubiera sido posible.

Aunque el equipo del que formo parte hoy es diferente – e increíble a su manera – ese “equipo de ensueño” del que hablaba mi jefa es algo que siempre recordaré con cariño. No fue solo suerte. Fue mucho trabajo, un vínculo especial y mucho apoyo mutuo. Mirando atrás, no podría haber pedido un mejor grupo de personas para haber atravesado esos tiempos difíciles.

Aeropuertos: un lugar de reencuentros y realizaciones
28 septiembre 2024

Aeropuertos. Ese bullicioso lugar donde tantas vidas se cruzan, se reencuentran y se despiden. Hasta hace poco, nunca había comprendido del todo la magnitud de lo que sucede en estos sitios. Cuando empecé a viajar después de mudarme a Irlanda, veía los aeropuertos como simples paradas: pasas por seguridad, muestras tu identificación, te diriges a la puerta de embarque, esperas y listo—al avión. Fácil, ¿no?

Con todo el tiempo de espera, solía perderme en cualquier libro que estuviera leyendo (amo leer, así que ese rato se convertía en puro disfrute). Pero nunca pensaba en el panorama completo: las emociones, los momentos que viven tantas personas a mi alrededor en los aeropuertos, cada día.

Al principio, volar me ponía nerviosa, más que nada porque no estaba familiarizada con el proceso. ¿Ahora? Es como caminar por el parque. Sin estrés, sin ansiedad. Estoy tan acostumbrada a la rutina que es solo otro día normal en mi vida.

Pero créanme, no siempre fue así. Antes de convertirme en una viajera frecuente, sobrepensaba todo. "¿Y si no encuentro mi identificación cuando la necesito? ¿Y si detienen mi maleta en seguridad y pierdo el vuelo? ¿Y si olvidé meter algo importante?" Mi cabeza era un campo de minas de "¿y si?", y creo que pensé en cada escenario posible.

Mirando atrás, es gracioso lo innecesarias que eran todas esas preocupaciones. Si cambian la puerta de embarque en el último minuto, no soy la única que tiene que moverse. Todos estamos en el mismo barco (o en este caso, avión). Y si olvidé algo en casa, ¿qué sentido tiene estresarse? Ya no hay vuelta atrás para buscarlo. He aprendido a mantener mis esenciales simples: dinero, teléfono, identificación y llaves. Eso es todo. Con esas cuatro cosas, estoy lista para irme. ¿Olvidé mi perfume favorito o esa camiseta que me encanta? No pasa nada—sobreviviré.

Y no crean que el sobrepensar se detenía cuando me subía al avión. Una vez sentada, empezaba a preocuparme por el aterrizaje. "¿Y si nos retrasamos y pierdo el autobús que me lleva a casa? ¿Y si hay tormenta y nos desvían a otro aeropuerto? ¿Y si me enfermo durante el vuelo?" Si se les ocurre una preocupación, probablemente estuvo en mi cabeza.

Incluso después de aterrizar, mi mente seguía sin descansar. Me preocupaba por llegar rápido al bus: "¿Y si no aceptan mi identificación y pierdo tiempo? ¿Y si han cancelado el autobús? ¿Y si está lloviendo a cántaros y me empapo?" Mi cerebro era como una máquina de preocupaciones a tiempo completo.

Pero después de tantos vuelos de ida y vuelta entre Irlanda y mi ciudad natal, me di cuenta de que ninguna de esas preocupaciones valía la pena. Cada problema tiene solución. ¿Perdí el bus? Reservo el siguiente. ¿Olvidé meter algo? Lo compro cuando aterrice. ¿Cambian la puerta de embarque? Solo sigo al resto del grupo. Con el tiempo, dejé de sobrepensar y comencé a disfrutar de mis vuelos. Y ese cambio fue un antes y un después.

Ahora, volar me emociona. Ya no me provoca ansiedad, solo emoción. Sé que pase lo que pase, lo resolveré. Y si hay algo que no puedo arreglar, ¿para qué estresarse? Es un alivio no gastar energía en cosas que realmente no importan.

Recientemente, tuve la oportunidad de experimentar los aeropuertos desde una perspectiva completamente nueva: la puerta de llegadas. Fue la primera vez que estaba del otro lado, esperando a alguien en lugar de ser yo la que corría por el aeropuerto. Y fue mágico. Estaba esperando a mi pareja, y mientras esperaba, observé incontables reencuentros. Familias, amigos, parejas—todos iluminándose de felicidad al ver a sus seres queridos. Sonrisas, lágrimas, regalos, abrazos fuertes, y esa felicidad indescriptible que viene del reencuentro después de tiempo separados. Fue conmovedor de ver, y me hizo darme cuenta de lo especiales que son los aeropuertos.

No podía dejar de pensar: esta es solo una puerta de llegadas en un aeropuerto. ¿Cuántos momentos hermosos y emocionantes están sucediendo en todo el mundo, todos los días, en aeropuertos como este? Fue una experiencia reveladora, un recordatorio de que los aeropuertos son mucho más que lugares de paso. Están llenos de vida, emoción e historias.

Durante tanto tiempo, mi experiencia en los aeropuertos se limitaba a bajar del avión, pasar por seguridad y salir. Excepto, claro, por esos momentos especiales cuando mi tía y mi tío, y recientemente mi pareja, venían a recogerme, lo que siempre marcaba la diferencia y me hacía sentir afortunada de tener a alguien esperándome con un abrazo en la puerta de llegadas. Pero nunca había visto la situación desde el otro lado, desde el lugar de la persona que espera a quien está llegando. Y fue una experiencia tan bonita que espero vivirla muchas más veces.

Los aeropuertos pueden parecer lugares ordinarios, hasta mundanos, pero contienen mucho más de lo que imaginamos. Son un lugar donde el mundo se reúne, lleno de reencuentros, despedidas y todo lo que ocurre entre medias. Y por eso, estoy profundamente agradecida.

Once niños, un cuento: el caos antes de la calma
24 septiembre 2024

¡Pensarías que tener solo once niños en un aula sería un paseo, ¿verdad? Debe ser tranquilo, relajado, ¡una maravilla! ¡Ja! ¡Nada más lejos de la realidad! La energía que tienen estos once pequeños es de otro mundo. Es como si hubieran tomado un café doble. ¿Explicarlo? Imposible. ¡Tienes que verlo para creerlo!

Así que ahí estoy, enfrentando el reto: once conejitos saltarines rebotando por todas partes, y mi misión es calmarlos para la hora del cuento. ¿Por qué? Porque quiero que se vayan a casa tranquilos (¡sus padres me lo agradecerán a gritos!) y, con suerte, disfrutar de unos minutos de paz antes de que vuelvan a hacer travesuras.

Pero antes de llegar a las historias relajantes, me enfrento al épico desafío de recoger. Si alguna vez has intentado que un grupo de niños limpie, sabes que es como intentar juntar gatos en una bañera. Primero, tengo que seguir a cada uno, agacharme a su nivel y preguntar con una sonrisa: “¿Te olvidaste de este juguete? ¿Me enseñas dónde va?” Fingiendo no saber, claro, porque esa es la única forma de que sientan que tienen el control. “¡Oh, espera! ¡Mira, hay uno debajo de la mesa! ¿Y ese juguete en la silla?” Esto puede durar, ¿qué?, ¿diez minutos? Cuando, si lo hiciera yo sola, ¡me llevaría un suspiro!

Pero no, estos niños tienen que aprender a recoger sus cosas. Después de todo, los juguetes no vuelven solos a la caja (aunque, ¡qué gran invento sería!). Claro, a nadie le gusta recoger. Ahí vienen las excusas: Niño 1 tiene que ir al baño urgentemente, Niño 2 de repente se muere de sed y necesita agua, y Niño 3, el amigo "servicial", está ayudando a Niño 2 con su botella. Mientras tanto, el aula parece un campo de batalla de juguetes.

Aquí es cuando saco mi as bajo la manga: ¡La canción de recoger! Sí, el poder de la música. Enciendo el altavoz, pongo la canción y—¡abracadabra!—como por arte de magia, ¡todos empiezan a recoger juguetes y a bailar mientras lo hacen! Estoy ahí, con los ojos como platos, pensando: ¿Qué clase de magia es esta? En serio, la música puede lograr que los niños hagan cualquier cosa—¡especialmente lo que odian hacer! Y, de repente, ¡hasta están disfrutando! ¡Es una locura!

Una vez que la clase está libre de juguetes, es hora de llevarlos a la alfombra para la hora del cuento. Sencillo, ¿verdad? Pues no tanto. Tengo que escoltar a cada niño a la alfombra mientras repito “¡Vamos, chicos, sentaos, es hora del cuento!”—unas mil veces. Naturalmente, dos están peleando por quién se sienta donde, uno hace ruidos raros, otro canta, y alguien está abriendo y cerrando el velcro de sus zapatos como si estuviera haciendo una obra maestra.

En este punto, saco mi siguiente truco: “¡Abriiiimos los ojos!” (Hago los míos lo más grandes posible y todos me imitan). “¡Abriiimos las orejas!” (Más dramatismo con las orejas). “¡Cerramos la boca con cremallera!” (Esta parte les encanta—cierran los labios y tiran la llave imaginaria entre risitas). Y así, finalmente, ¡tengo su atención... o eso creo!

Pero espera, ¡aún no estamos listos! El líder del día tiene que escoger un libro, y, por supuesto, esto desata el coro habitual: “¿Puedo elegir yo después?” “¿Y yo?” “¡No me gusta ese libro!” Siempre lo mismo. Aunque lo hacemos todos los días, tengo que recordarles: “¡Solo el líder elige el cuento hoy! ¡No os preocupéis, todos tendréis un turno!” Y ahí vienen los suspiros: “No es justo,” “¡Pero yo quería elegir!” y “Estoy triste.”

Así que, después de lo que parece una eternidad de peleas, finalmente estamos listos para leer el cuento. Abro el libro y… “¡Profe, necesito ir al baño!” ¿En serio?! ¿Ahora?! ¿Después de todo este esfuerzo para que se sienten? Por dentro, estoy pensando: ¿De verdad? Pero por fuera, solo sonrío y digo: “¡Claro, adelante! ¡No te demores demasiado o te perderás la historia!” “¡Está bien, maestra!” y allá van.

Y finalmente, llega el momento que he estado esperando—¡por fin puedo leer la historia! Pero he aprendido que si planeo leer un cuento, tengo que empezar a prepararlos con al menos media hora de antelación. ¡De lo contrario, la hora del cuento podría no suceder nunca!

A pesar de todo el caos, no lo cambiaría por nada. Hay algo mágico en esos momentos cuando están todos sentados, quietos, con los ojos fijos en el libro, haciendo preguntas curiosas sobre los personajes y disfrutando cada palabra. Es pura alegría—esos pequeños momentos hacen que todo el lío valga la pena.

Mi familia: el pilar de mi vida
20 septiembre 2024

¿Qué puedo decir sobre mi familia? Honestamente, me recuerda a uno de esos ejercicios de la escuela primaria en los que te piden describir a los miembros de tu familia y demostrar todo el vocabulario que has aprendido. Pero, en serio, esto no es solo un proyecto escolar; realmente quiero compartir cuánto significan para mí.

A medida que me adentro en la vida adulta (o al menos en la idea de ella), me doy cuenta de lo crucial que ha sido mi familia en mi vida. Es como si, de repente, obtuviera un giro inesperado en una película que he visto un millón de veces—todo comienza a tener sentido. Desde que me mudé a Irlanda y me volví más o menos independiente, he empezado a apreciar a cada miembro de mi familia de una manera completamente nueva.

Hablemos un poco de mi infancia. Era una experta en rabietas cuando no conseguía lo que quería. ¡Imagina un pequeño tornado de frustración! Ahora, al trabajar con los más pequeños en mi clase de preescolar, veo ese mismo espíritu ardiente en ellos. Los niños simplemente no entienden los límites; solo saben que quieren ese juguete o esa deliciosa gominola. Mientras tanto, los padres están pensando: “¡Ella necesita aprender a manejar la frustración y decepción!” En serio, es un milagro que mis padres no hayan formado un grupo de apoyo para ellos mismos.

Y hablando de emociones, siempre fui muy expresiva. Si estaba enojada, mi cara podía competir con cualquier pronóstico del tiempo—un momento soleado, al siguiente, ¡tormenta! He ido aprendiendo a contenerlo un poco (gracias, vida profesional), pero si eres alguien cercano a mí, ¡buena suerte! Mi expresión de “enojo” es toda una obra de arte.

Mis padres eran los campeones de poner límites. Nunca dejaban que mis rabietas ganaran. Veo esa misma determinación en mis interacciones con mis alumnos cuando se enojan porque no pueden tener un juguete. Les explico con calma que a veces la respuesta es solo “no”. Y créeme, ¡es un trabajo difícil! No puedo imaginar lo duro que debió ser para mis padres lidiar con su propia pequeña tormenta.

A pesar de toda la presión para ser siempre mejor (hola, ansiedad de exámenes), me empujaron a dar lo mejor de mí. Sentía que escalaba el Monte Everest cada vez que tenía una prueba, pero eso me inculcó una motivación para enfrentar los desafíos. Ahora, ya sea en el trabajo o en mi vida personal, estoy lista para conquistar lo que venga—¡que suene la música de superhéroe!

Y luego está mi increíble hermano, la guinda del pastel en esta familia. Prácticamente rogué por él para no jugar sola, y el pobre se convirtió en mi muñeco viviente desde el primer día. Lo despertaba solo para tener un compañero de juegos, convencida de que se despertaba porque estaba deseando unirse a mis aventuras. Spoiler: ¡todo lo que quería era dormir!

Es la persona más amable y lista que conozco. Puede que no hablemos todos los días (está ocupado siendo un genio), pero siempre está ahí cuando lo necesito. Desde ayudarme con problemas tecnológicos hasta sorprender a nuestros padres, es mi mano derecha. Y aunque soy casi seis años mayor, a veces me pregunto si debería pedirle consejos a él.

Así que aquí están mis indispensables—mi familia, el colorido elenco de personajes que hacen de mi vida un espectáculo increíble. Incluso cuando estamos lejos, sé que están a solo una llamada de distancia. Me siento increíblemente afortunada de tenerlos, y nunca lo daré por sentado. No todos pueden decir que tienen este tipo de apoyo, así que sé que gané la lotería familiar.

Pequeñas voces, grandes risas: las inesperadas alegrías de la hora de la merienda
19 septiembre 2024

Los niños—esos pequeños seres llenos de alegría y travesuras, que siempre nos sorprenden con comentarios inesperados. Te dejan al borde de las lágrimas o muerto de risa. Sinceramente, son lo mejor que hay. ¡No hay otra forma de describirlos!

 

Ayer mismo, estaba con ellos durante la merienda. El menú del día: rollitos de jamón y queso con un poquito de pera. Y claro, la pera tiene que estar cortada en trocitos pequeños, porque créeme, el drama que se desata si no lo hacemos no vale la pena.

 

Estos niños han estado en mi clase todo un curso, así que uno pensaría que ya se saben la rutina de la merienda. Ya sabes, comen lo que les gusta, y lo que no, lo dejan o se lo ofrecen a un amigo. Fácil, ¿verdad? Pues no exactamente. En cuanto ven lo que hay para merendar, empieza el coro: "No me gusta el queso", "No me gusta el jamón", "No me gusta el pan". Es como un déjà vu, ¡todos los días!

 

Entonces, me acerco al primer niño que dice que no le gusta algo y con toda la calma del mundo le recuerdo: "Puedes dejarlo a un lado o dárselo a alguien más". "Vale, profe", me responde con toda la inocencia. Pero antes de poder entregarle la merienda al siguiente niño, vuelve a empezar: "¡No me gusta el queso!" Y, como si fueran fichas de dominó, todos empiezan a decir lo mismo.

 

En ese momento, me paro, hago una cara graciosa y, con mi voz más dulce, pregunto: "Bueno, chicos, ¿qué hacemos cuando no nos gusta algo de la merienda?" Me miran como si fuera la primera vez que enfrentan esta situación (a pesar de las 842.757 veces que ya hemos pasado por esto). Así que, con una sonrisa traviesa, les digo: "Lo que no nos gusta, ¿nos lo ponemos en la cabeza, verdad?"

 

"¡Nooo, profe tonta! ¡Se lo damos a nuestros amigos!" ríen, con los ojos bien abiertos. "¿Ah, sí? ¡Uy, perdón!" les contesto, fingiendo ser la profe más despistada del mundo.

 

De verdad, ¿cómo funcionan sus cabecitas? ¡Ojalá lo supiera! Me sorprenden y me hacen reír todos los días. He aprendido a apreciar estos momentos, porque su inocencia es tan pura, y ni siquiera se dan cuenta de lo graciosos que son. Me siento muy afortunada de pasar mis días con ellos, aprendiendo algo nuevo todo el tiempo.

 

Ayer mismo, tuve una de las conversaciones más divertidas de mi vida. Durante la merienda (sí, con el drama del "no me gusta el queso" incluido), uno de los niños dijo de repente: "Quiero que venga mi mamá". Y yo respondí, como siempre lo hago: "Lo sé, yo también quiero que venga mi mamá".

 

Así fue la conversación:

 

Niño 1: Profe, tú no tienes mamá.

Yo: ¡Claro que tengo!

Niño 2: No, tonta, no tienes mamá.

Yo: ¡Sí tengo! ¿Tú tienes mamá?

Niño 2: Sí, ¿cómo se llama tu mamá?

Yo: María, como yo. Bueno, en realidad, nuestro nombre completo es María Jesús, pero como es difícil de pronunciar aquí, solo digo María.

Niño 3: ¿Mariasú?

Yo: No, no—Ma-rí-a Je-sús.

Niño 2: ¡Qué gracioso!

Yo: ¿En serio? ¿Te parece?

Niño 2: ¡Sí!

Niño 1 y Niño 3 (riéndose): ¡Es tan, tan gracioso!

Niño 3: ¿Tienes el mismo nombre que tu mamá?

Yo: Sí, lo tengo. ¡Es guay, verdad?

Niño 4 (super emocionado): ¡Ah, sí! ¡Es tan, tan guay!

Niño 2: Entonces, ¿puedes ir a casa con tu mamá cuando termines de trabajar?

Yo: No, no puedo porque ella vive en España.

Niño 1: ¿En España?

Niño 2: Sí, tonto, ¡María es de España! ¿No te acuerdas? (Y se echan a reír todos juntos).

Yo: Sí, mi familia está en España, así que no los puedo ver cuando llego a casa, pero puedo llamarlos.

Niño 1: Bueno, entonces, ¡nosotros podemos ser tus mamás y papás!

Yo: ¡Eso sería genial! Podéis hacer la limpieza, las compras, cocinar, hacer mi cama, leerme un cuento... (Finjo estar pensando en más cosas).

Niño 3, después de pensarlo bien: Profe...

Yo: ¿Sí?

Niño 3: ¡Eso es muuuuuy gracioso!

En ese punto, no pude evitar reírme a carcajadas. ¿No es hilarante la cantidad de cosas que tenemos que hacer como adultos? Y eso que no tengo hijos propios. Siempre lo digo, pero los padres se merecen todo el respeto del mundo. No sé cómo lo hacen, ¡pero son increíbles!

 

Y así fue mi día: me recordaron que, para mis pequeños, la vida adulta es "tan graciosa". ¿Cómo no voy a amar mi trabajo y a estos niños que siento como si fueran míos?

De solitaria a quedadas felices: cómo encontrar a las personas adecuadas cambió mi vida
18 septiembre 2024

Solía estar convencida de que era una introvertida total. La persona que prefería quedarse en casa, acurrucada con un libro o mi laptop, antes que salir a socializar. Leer, escribir y estudiar sola eran mi plan perfecto. ¿Salir? No, gracias. Me ponía nerviosa y nunca disfrutaba del todo cuando estaba con otras personas. Pensaba que prefería los lugares tranquilos y mi propia compañía. ¿Amigos? Eso no era para mí. Eso pensaba.

Lo que no me daba cuenta era que no había encontrado a mis personas. Esas con las que simplemente conectas, donde el tiempo vuela y te sientes completamente a gusto. Si alguien me hubiera dicho hace un par de años que estaría quedando con amigos en un día de semana, sabiendo que tendría que madrugar al día siguiente para trabajar, me habría reído en su cara. Los días de semana eran sagrados. ¿Quedar entre semana? ¡Para nada! Si alguien quería verme, tenía que ser en fin de semana, cuando no tuviera que preocuparme por sentirme como un zombi al día siguiente en el trabajo.

La verdad era que me estaba forzando a salir con personas con las que no conectaba de verdad. No es que hubiera algo malo en ellos, es solo que sus valores, ideas y estilos de vida no coincidían con los míos. Así que, pasar tiempo con ellos me agotaba en lugar de recargarme. ¡No es de extrañar que temiera socializar entre semana!

Después de algunos grandes cambios en mi vida (algunos elegidos por mí, otros no), terminé con un círculo de amigos mucho más pequeño. Al principio, fue como un golpe en el estómago. Me preocupaba estar sola para siempre y me pasé demasiado tiempo lamentándome. Pero entonces, ocurrió algo mágico: empecé a concentrarme en las personas que realmente importaban, aquellas que se quedaron a mi lado cuando las cosas se pusieron difíciles. ¡Qué diferencia!

Empecé a disfrutar de verdad de salir a tomar café, de tener conversaciones profundas con amigos que me entienden. Estas son las personas con las que me siento segura, sin juicios, y cada conversación me hace sentir una mejor persona. Nos reímos, aprendemos y crecemos juntos. Fue como si una bombilla se encendiera en mi cabeza: el problema nunca fue salir; fue salir con las personas equivocadas.

Ahora, ¡hasta espero con ansias quedar con mis amigos, incluso un martes por la noche! La clave es que sé que me lo voy a pasar genial con ellos, así que ya no es un esfuerzo. Nuestras conversaciones van desde temas profundos hasta tonterías, pero sin importar el tema, me siento escuchada, comprendida y apreciada. Salgo de estos encuentros sintiéndome feliz, relajada y afortunada. Incluso cuando tengo que madrugar al día siguiente, no me importa: me acuesto sintiéndome tan contenta y agradecida que me duermo profundamente.

A veces, no se trata de cambiar tú, sino de cambiar a las personas con las que te rodeas. Y ahora, puedo decir que tengo a las mejores personas en mi vida. No podría haber elegido mejor. Me siento como la persona más afortunada del mundo.

Un paseo para recordar: encontrando paz en lo cotidiano
17 septiembre 2024

Ayer salí a caminar. Pero no fue un paseo cualquiera. Fue una de esas decisiones de último minuto, ya sabes, cuando simplemente piensas: "¿Por qué no?" Lo que no sabía es que este paseo terminaría siendo mucho más significativo de lo que podía imaginar.

Originalmente, tenía planeado ir a una clase de yoga. Pero era uno de esos días raros y hermosos en Irlanda: cielo despejado, temperaturas agradables (pero no demasiado altas), el tipo de clima que aquí es un verdadero tesoro. Si has vivido en Irlanda lo suficiente, sabes que no puedes desperdiciar esos días. Esa es una lección que aprendí bien desde que me mudé aquí. Si el sol brilla, tú también tienes que salir. Ya sea tomando un café con amigos, yendo a la playa o, como en mi caso, dando un paseo—cualquier cosa, pero al aire libre.

Viniendo de España, donde el sol es prácticamente un compañero diario, solía darlo por sentado. Ahora, cada vez que me despierto y veo un día soleado, es como ganar la lotería. Es imposible no sentir una ola de energía y positividad. ¡Y no soy la única! ¿Te has dado cuenta de cómo mejora el humor de todo el mundo en un día soleado? Es contagioso, y me encanta. Ver a la gente feliz me hace a mí feliz—es como una reacción en cadena de buenas vibras.

Pero volvamos al paseo de ayer. En lugar de yoga, decidí ir a mi recorrido habitual por The Green Way, un camino nuevo que se ha convertido rápidamente en mi lugar favorito. Sin embargo, mientras conducía hacia allí, noté que la marea estaba alta. Fue entonces cuando tuve un momento de inspiración—¿y si volvía a los viejos bosques que solía visitar? Terminan en una vista impresionante junto al lago, y con la marea alta, sabía que sería mágico. Así que, fiel a mi estilo espontáneo, cambié de plan, encontré un lugar para aparcar y me adentré en el bosque.

Había pasado más de un año desde la última vez que visité esos bosques, y no podía esperar a estar rodeada de ese verde tan reconfortante. Al principio, llevaba la música puesta, pero a medida que avanzaba, sentí la necesidad de quitarme los auriculares y simplemente escuchar la naturaleza—los pájaros, las hojas moviéndose, la quietud. Hay algo tan pacífico en escuchar el mundo tal y como es.

Cuando llegué al lago, encontré una rama caída y me senté, disfrutando del momento—las suaves olas, el silencio, los pájaros. Pero aquí está la cosa: por mucho que me encantara, algo se sentía diferente. Me di cuenta de que, en el pasado, solía venir a este lugar buscando paz. En aquel entonces, vivía en una calle muy concurrida, donde el constante ir y venir de gente, coches, camiones de reparto y barriles rodando hacía que el silencio fuera un lujo raro. Mis paseos por el bosque eran mi escape, mi botón de reinicio.

Pero ahora, tengo esa paz todos los días. Y fue en ese momento cuando me di cuenta: he construido una vida que me da exactamente lo que solía buscar. He elegido un hogar donde la calma y el silencio son la norma, un espacio que me permite respirar y despejar mi mente sin necesidad de buscarlo en otro lugar.

Sentada allí junto al lago, no pude evitar sentir una abrumadora gratitud. Estaba orgullosa de mí misma por haber escuchado lo que realmente necesitaba y por haber creado una vida que me hace feliz. Incluso mis caseros, que viven al lado, se sienten como parte de este hogar que he encontrado. Es curioso cómo un simple paseo puede recordarte cuánto has avanzado.

Ayer no fue solo un paseo; fue un momento de reflexión, una pequeña celebración del hecho de que he logrado construir una vida llena de lo que más me importa—paz, tranquilidad, y la libertad de disfrutar de los días soleados cuando deciden aparecer.

Uno de los días más locos en el colegio, sin ninguna duda
15 septiembre 2024

Si tuviera que elegir el día más loco que he vivido trabajando en el colegio, este se lleva el premio. Fue uno de esos días en los que sabes que las cosas se van a poner interesantes.

Comenzamos el día con un par de compañeros enfermos, lo cual ya fue un reto. Además, los niños de primer año de primaria (que vienen para el cuidado después de clases) terminaron antes por su horario de adaptación. Así que tuvimos que ponernos creativos para encontrar dónde ubicarlos hasta que el resto de las actividades del día comenzaran.

La locura de la mañana empieza

La mañana fue sorprendentemente bien. Logré mantener todo bajo control, lo cual, siendo honestos, viene con la experiencia tras años en el campo. La clave: priorizar. Mientras los niños estén felices, seguros y entretenidos, estamos de lujo. Superamos la hora del snack, las visitas al baño y lo mejor de la semana: ¡la fiesta del viernes! No hay nada como una sala llena de niños bailando y riendo para levantar el ánimo.

Todo estaba bajo control, y me sentía genial. Pero lo que no sabía era que la verdadera acción aún no había empezado.

Llega el grupo de después de clases

Cuando comenzaron a llegar los niños de la tarde, definitivamente añadieron un poco más de energía al colegio. ¡Pero siempre encontramos la forma de hacerlo funcionar! ¿La mejor solución? ¡Afuera! No hay nada como un poco de aire fresco y espacio abierto para quemar esa energía extra. Estaban corriendo, riendo y disfrutando a lo grande. Y yo, encantada de que estuvieran gastando toda su energía.

La saga del balón de fútbol

Por supuesto, ningún buen rato al aire libre está completo sin un poquito de drama futbolero. Los niños estaban emocionados, pero ya sabes cómo es: los balones de fútbol siempre encuentran la cara de algún niño. Primero, uno recibe un golpe y comienza a llorar. Hago lo mejor para consolarlo mientras sigo vigilando al resto del grupo. Y no pasan ni cinco minutos cuando ¡pum! le pasa lo mismo a otro. Después del tercer incidente, tuve que tomar una decisión difícil: "Lo siento, chicos, ¡pero no más fútbol!". Tenías que ver sus caras, ¡puro desconsuelo! Pero la seguridad es lo primero.

Justo cuando pensaba que había superado la crisis del fútbol, me llevé una pequeña sorpresa. Dos niños de otra clase necesitaban un cambio de pañal. ¡Qué alegría! Así que mantuve al resto de los niños entretenidos afuera mientras manejábamos la situación.

Multitarea al máximo

En este punto, estoy manejando más tareas de las que puedo contar, pero bueno, ¡nada que no haya hecho antes! Y entonces, suena el timbre, no una, ni dos, sino ¡cuatro veces seguidas! Ya conoces esa sensación de estar intentando mantener todo bajo control, y entonces algo más se suma al caos. Sí, esa era yo. No podía dejar a los niños, pero tampoco podía ignorar la puerta. Después de una rápida llamada de refuerzos, lo resolvimos. Logré acompañar a una niña hasta su mamá, quien, afortunadamente, fue muy comprensiva con la situación.

Caos total

Cuando regresé al aula, parecía una escena sacada de una comedia. Había juguetes por todos lados, arena cinética no solo en la mesa, sino también en el suelo y en el pelo de los niños, y los niños de la tarde en una épica batalla de cartas de Pokémon. Para colmo, un par de niños estaban hablando emocionadamente en ruso y otro intentaba trepar la reja. Tuve que tomar un respiro. ¿Reír? ¿Llorar? ¿Ambas? No lo tenía claro.

El gran final

Justo cuando pensaba que ya estaba agotada, escuché el sonido más dulce: ¡los otros profesores llegando! "¡Chicos de la tarde, es hora de ir a la clase azul!", gritó uno de mis compañeros. Por fin pude respirar tranquila. El resto del día fue un torbellino, pero lo logramos.

Todos estaban sanos, felices y, lo más importante, ¡cansados! Y en el mundo del colegio, ¡eso es una victoria!

Nueve años en Irlanda: el salto que cambió mi vida
11septiembre 2024

Exactamente hace nueve años, hoy, el 11 de septiembre, me subí a un avión que me llevaría a Irlanda, un país que nunca había visitado pero que me atraía mucho. ¡Qué poco sabía que esa "simple" decisión cambiaría mi vida de las maneras más increíbles!

Recuerdo estar llena de nervios y emoción al mismo tiempo. Dejar a mi familia atrás fue difícil, pero en el fondo sentía que esto era el comienzo de una aventura increíble. ¡Y vaya que tenía razón!

Desde que puse un pie en Irlanda, siento que he vivido tantas vidas diferentes, cada una llena de experiencias únicas. Los primeros dos años trabajé como au pair, y déjame decirte, esos fueron algunos de los mejores momentos de mi vida. La familia con la que vivía me hizo sentir como una más, llevándome a paseos a lugares hermosos, tomándonos un café en sitios acogedores, y ayudándome a practicar mi inglés durante caminatas con la madre de la familia.

 

También conocí a muchas otras au pairs de todo el mundo. Algunas fueron encuentros breves en reuniones de au pairs en pubs, pero otras se convirtieron en amigas cercanas con las que compartí viajes inolvidables y aventuras increíbles. Nos contábamos nuestras historias, reíamos y aprendíamos sobre las culturas de cada una, ¡a veces con una pinta de cerveza de por medio!

Aprendí muchísimo en esa etapa: desde la frustración de no entender nada cuando todos hablaban en otro idioma, hasta la amabilidad de quienes cambiaban al inglés para incluirme en la conversación. Era un gesto pequeño, pero significaba el mundo para mí.

Algunas de esas au pairs se convirtieron en amigas para toda la vida. Tuvimos noches de películas, bailamos hasta el amanecer, y pasamos incontables fines de semana explorando pubs y discotecas en la ciudad. Cada momento se sentía nuevo y emocionante, y mi corazón se llenaba de amor por este lugar. Irlanda tiene una forma única de hacerte sentir bienvenida, como si siempre hubieras pertenecido aquí. La gente es increíblemente cálida y amigable, y nunca me he sentido más en casa, aunque esté a kilómetros de mi familia en España.

Con el tiempo, mi etapa como au pair llegó a su fin, y fue momento de buscar trabajo. No fue fácil al principio. Pasé semanas enviando currículums, haciendo entrevistas y esperando lo mejor. Pero una vez más, tuve suerte cuando un amigo me ayudó a encontrar mi primer empleo. Y ¡qué felicidad! Cada mañana me levantaba emocionada por ir al trabajo, deseando ver las caritas de los pequeños en mi clase. La alegría y satisfacción que sentía eran indescriptibles, y lo que aprendí... ¡eso es otra historia!

Es curioso, un amigo me dijo una vez que mi vida en Irlanda parece una serie de televisión, con diferentes "temporadas" marcando distintas fases. Y tenía razón. He pasado por tantas etapas: aprender a adaptarme a una nueva cultura, descubrir cómo llevar una relación, crecer en independencia y entender lo que realmente significa ser una mujer adulta. Cada temporada me ha enseñado algo valioso, y cada una ha hecho que me enamore aún más de este país.

Sinceramente, Irlanda se ha convertido en mi segundo hogar. Estoy infinitamente agradecida por las personas que he conocido aquí, amigos que se sienten como familia, una comunidad que siempre me ha apoyado, y un trabajo que me llena de orgullo. Este lugar me ha permitido relajarme, despejar mi mente y simplemente ser. La manera de vivir de los irlandeses, tomarse las cosas con calma, disfrutar de los pequeños momentos y esparcir amabilidad, ha sido el remedio perfecto para mi mente inquieta.

Hace nueve años tomé una decisión que lo cambió todo. Y mirando hacia atrás, no lo cambiaría por nada. Estoy orgullosa de la vida que he construido aquí, de la persona en la que me he convertido y de las lecciones que he aprendido en el camino. Cada capítulo ha sido especial, y sé que todavía queda mucho más por vivir.

Gracias, Irlanda, por todo lo que me has dado. ¡Aquí va por la próxima aventura! 🍀

Donde la teoría se encuentra con el caos (¡y la alegría!) de la vida real
07 septiembre 2024

Mirando hacia atrás, puedo decir con sinceridad que me encantó mi carrera. No se trataba solo del contenido académico, sino de las amistades que construí con personas que compartían mi pasión, y de todas las cosas increíbles que aprendí sobre la enseñanza, el funcionamiento de la mente de los niños y las fascinantes diferencias entre ellos.

Uno de los momentos más destacados fueron mis prácticas. Tuve la suerte de aterrizar en un aula con una profesora que claramente estaba apasionada por lo que hacía. Podías sentir su amor por la enseñanza y su dedicación a los niños. Creó un espacio donde los niños podían ser ellos mismos, mientras mantenía importantes límites: enseñándoles lo que está bien y lo que no lo está, para que pudieran crecer como pequeños humanos respetuosos y seguros de sí mismos. Fue inspirador ver cómo equilibraba la calidez con la estructura de manera tan natural.

Me encantó cada día de esa experiencia. Y tuve una suerte extra porque pude regresar a la misma clase al año siguiente. Esto lo hizo aún más especial, ya que vi de primera mano cuánto habían crecido y cambiado esos pequeños. Sus personalidades comenzaban a formarse, y se estaban volviendo más independientes, llenos de sus propias ideas y peculiaridades.

La maestra con la que trabajé me enseñó muchísimo. Desde lograr que los niños realmente escucharan durante el tiempo de asamblea, hasta adaptar las lecciones para satisfacer las necesidades únicas de cada niño, y establecer esos límites tan importantes (lo cual, seamos honestos, me llevó un tiempo dominar porque, ¿cómo puedes ser serio cuando te miran con esas miradas adorables?).

Fue entonces cuando me di cuenta: la teoría es genial—absolutamente necesaria, de hecho—pero nada te prepara para lo que realmente es trabajar con niños hasta que estás en el aula, en primera línea. Claro, toda esa teoría suena increíble, pero cuando estás frente a una sala llena de niños, la realidad te golpea y tienes que pensar rápido. ¿La teoría número uno? No funcionó. ¿La teoría número dos? Tampoco. De repente, un niño hace algo inesperado, y ¡bam!, surge una idea de la nada—¡y funciona! Esa es la magia de enseñar. Es un proceso en constante evolución de prueba y error, creatividad y adaptación.

Ahora bien, no me malinterpretes, la teoría es súper importante. Necesitas entender el desarrollo infantil, cómo funciona su mente, qué enfoques son efectivos y cuáles no. Pero el verdadero aprendizaje ocurre cuando estás en la práctica, navegando cada personalidad única y descubriendo lo que realmente funciona para ellos (¡y, aviso de spoiler, no siempre será lo mismo dos veces!).

¿Y sinceramente? Enseñar a los más pequeños es el trabajo más gratificante que podría imaginar. Los abrazos genuinos cuando te ven por la mañana, las sonrisas traviesas cuando saben que están haciendo algo que no deben—son esos momentos los que hacen que todo valga la pena. Sin mencionar cuánto me enseñan cada día. Estoy convencida de que aprendo más de ellos de lo que ellos aprenden de mí. La forma en que, sin quererlo, me ayudan a crecer como persona y a ver el mundo de nuevas maneras—es un regalo.

Puedo decir con certeza que amo mi trabajo, pero lo que más valoro es saber que puedo hacer que los días de esos pequeños sean un poco más brillantes. Puedo crear un espacio donde se sientan seguros para ser ellos mismos, sin miedo al juicio.

Así que, si me preguntas hoy, sé sin lugar a dudas: elegí el camino correcto. Y no podría estar más agradecida por adónde me ha llevado este viaje.

¿Cómo llegué a estudiar Magisterio de Educación Infantil?
29 agosto 2024

 

Si soy sincera, enseñar (o tal vez simplemente dar órdenes a la gente) siempre ha estado en mi sangre. Llámalo como quieras, pero algunos de mis primeros recuerdos me muestran de pie frente a una pizarra en casa. Todavía puedo verla perfectamente: las letras amarillas en la parte superior, las mayúsculas grandes seguidas de las más pequeñas. Pasé incontables horas con esa pizarra, garabateando, coloreando y fingiendo que enseñaba a mis pacientes ositos de peluche. En serio, podría haber hecho eso todo el día sin aburrirme.

 

Pero no eran solo los juguetes. Me encantaba ayudar a otros a entender cosas que a mí me resultaban sencillas pero que a ellos les parecían complicadas. Recuerdo una vez, en secundaria, en la que había una unidad súper complicada que nadie podía entender, sin importar cuántas veces la explicara el profesor. Mi primo intervino, me la explicó y, de repente, todo tenía sentido. Al día siguiente, me encontré explicándosela a mis compañeros de clase y la satisfacción que sentí cuando finalmente lo entendieron fue pura magia. Fue como decir: "¡Guau, de verdad puedo enseñar!".

 

Incluso durante los recreos en la escuela primaria (en España teníamos preescolar y primaria juntos), me acercaba a los niños más pequeños y les mostraba cómo construir castillos de arena o jugar con diferentes juguetes. Mirando hacia atrás, supongo que tuve suerte de descubrir pronto lo que quería hacer en la vida. Sé que no todo el mundo tiene esa claridad, pero para mí, el camino era bastante obvio.

 

Cuando llegó el momento de decidir qué estudiar después de secundaria, no hubo mucho debate. Me decidí directamente por la carrera de magisterio, pensando: "Esto va a ser pan comido, ¡lo tengo todo bajo control!". Pero la realidad es que no fue tan fácil como pensaba. Claro, algunas materias fueron pan comido, pero ¿otras? Digamos que la memorización nunca ha sido mi fuerte.

 

Aun así, la vida universitaria fue genial. Hice amigas increíbles, me divertí mucho trabajando en tareas grupales (con alguna que otra discusión incluida) y crecí mucho. Aunque todavía vivía con mis padres (lo que, seamos realistas, hizo que las cosas fueran mucho más fáciles), no tenía idea de cómo era el mundo real de la enseñanza. Pensé que estaba preparada para ser maestra... hasta que conseguí mi primer trabajo en un colegio en Irlanda.

 

¡Pero esa es una historia para otro día!

La creación de María: un personaje más allá del estereotipo
27 agosto 2024

Finalmente había encontrado el nombre perfecto para la niña de mi libro: María. Pero ahora llegaba el desafío de darle vida visualmente. Como mencioné en mi publicación anterior, quería que María "enseñara" algo valioso a los niños sin decir una palabra. Quería que encarnara valores que los niños pudieran absorber con solo mirarla. Esto significaba que cada detalle de su apariencia debía ser cuidadosamente considerado.

 

Entonces, me sumergí en los detalles: su altura, su peso, el color de su cabello… ¿Qué se pondría? Me senté a pensar, considerando todos los valores que quería transmitirles a los pequeños. Una cosa quedó clarísima: no habría ningún vestido de princesa para María. ¡De ninguna manera! Quería algo diferente, algo que rompiera con el molde habitual del personaje femenino. ¿Una falda? ¿Vaqueros? ¿Leggings? Después de mucho pensar, me decidí por un peto.

 

La elección del peto me hizo volver a mi infancia, a ese par con el que prácticamente vivía. Lo usaba día tras día, y cuando mi madre lo lavaba, no veía la hora de ponérmelo de nuevo. Ese peto eran mi todo, así que, por supuesto, María también tenía que usarlos. Y no, no serían rosas, en absoluto. No habría unicornios, ni arcoíris, ni motivos de princesas. No me malinterpreten, adoro todas esas cosas, ¡prácticamente vivo en un mundo de arcoíris y unicornios! Pero María no iba a ser el típico personaje de niña. Quería que la quisieran por su personalidad, no solo por usar "ropa bonita".

 

A continuación, sus zapatos. Los zapatos rosas brillantes estaban descartados. En su lugar, decidí que María llevaría un par de botas, algo cómodo y resistente que pudiera usar en cualquier lugar, sin preocuparse por la suciedad o por que se le cayeran. Las botas me parecieron perfectas.

 

Luego vinieron las decisiones más difíciles: ¿debería ser rubia? ¿De qué color deberían ser sus ojos? ¿Pelo largo o corto? Después de pensarlo mucho, decidí que María tendría el pelo y los ojos castaños, como los míos. Y para darle un toque extra de identificación, decidí que usaría gafas. Claro, las gafas son bastante comunes entre los niños en estos días, pero esperaba que ver a un personaje usándolos pudiera ayudar a aquellos que se sienten cohibidos por sus propias gafas.

 

También recordé las historias que me contaba mi madre sobre su pelo largo y rizado, que era una pesadilla para peinarlo pero que lucía absolutamente hermoso. El pelo rizado no siempre ha sido celebrado, así que quería que María también lo tuviera, otra forma de mostrarles a los niños que todos los tipos de pelo son hermosos.

 

Con eso, María cobró vida en mi mente. Sabía exactamente cómo luciría. Tenía que ser cercana y amigable, como nuestro personaje Al. Y cuando la ilustradora la trajo a la vida en papel, fue exactamente como la había imaginado. María era la amiga perfecta para Al, y no podía esperar a ver las aventuras que emprenderían juntos.

Buscando el nombre de María: el viaje detrás del personaje perfecto
25 agosto 2024

Ya tenía a mi personaje principal, aquel que tendría que aprender español desde cero. Ahora necesitaba a alguien que le enseñara. Pensé en una niña, alguien con quien los niños se sintieran identificados.

 

Pero ¿cómo debería llamarla? Tenía que ser algo fácil, como el nombre de nuestro personaje principal. Algo que pudieran pronunciar, pero que fuera en español. Después de todo, si este extraterrestre tenía que aprender español, significaba que alguien español tenía que enseñárselo. Todo sucedería en España, así que esta chica tenía que ser española y, por supuesto, tener un nombre español.

 

Una vez más, cogi mi bolígrafo y mi cuaderno y comencé a anotar todos los nombres que me venían a la mente, desde los modernos a los más antiguos: Jacinta, Carmen, Irene, Antonia, Andrea... todos los nombres que se te puedan ocurrir.

 

Esta vez, la decisión llegó mientras estaba sentada en el sofá, charlando con mi pareja de entonces. Hablábamos del libro y ambos coincidimos en que el nombre tenía que ser memorable. Él dijo “María” y yo le dije: “¿Sí?”. A lo que él respondió: “No, no, la niña TIENE que llamarse María”. Al principio, no estaba segura; me parecía un poco presuntuosa. ¿Cómo podía ponerle mi nombre a un personaje? No quería parecer egocéntrica, pero después de pensarlo, decidí que ese sería exactamente su nombre. No por vanidad, sino porque los niños a los que enseñaba verían a ese personaje como algo más que un personaje. María también sería la maestra de “Al”, lo que la convertiría en alguien con quien podrían identificarse aún más. Lo que comenzó como una idea al azar, de la que no estaba del todo convencida, pronto se convirtió en realidad. Y, efectivamente, cuando leo mi libro a los niños de mi clase, siempre sonríen y dicen: “¡Mira, eres tú!”. Les encanta verme “reflejada” en ese libro que adoran, y me siguen pidiendo que lo lea una y otra vez.

 

Así pues, el nombre estaba elegido y yo estaba contenta con él. Ahora era el momento de decidir cómo sería María. ¿Tendría el pelo corto? ¿El pelo largo? ¿Cabello castaño? ¿Rubia? ¿Cómo sería esta niña que acompañaría a Al en su aventura por España? Había mucho en lo que pensar. No quería que fuera un personaje más. Quería que transmitiera valores simplemente al verla, sin tener que decir una palabra. A primera vista, esta niña tenía que transmitir un mensaje. Y no era fácil; había mucho que considerar, pero esa es una historia para otro momento porque no fue una tarea sencilla. Así que si queréis saber cómo decidí cómo sería María, ¡estad atentos!

Creando a Al: ¡el extraterrestre con corazón!
22 agosto 2024

Por fin sabía quiénes serían mis personajes. Pero luego vino el verdadero desafío: ¿qué aspecto tendrían en la Tierra (o más allá)? ¿Y qué tipo de personalidades tendrían? Alerta de spoiler: ¡no fue nada fácil!

 

Empecemos por la estrella principal: el extraterrestre. Supe de inmediato que era una idea ganadora. Quiero decir, ¿un extraterrestre que tiene que aprender español desde cero y descubrir cómo sobrevivir en nuestro extraño planeta? ¡Oro puro! Pero lo primero es lo primero: este pequeño necesitaba un nombre. Así que agarré mi confiable diario y comencé a anotar todos los nombres habidos y por haber. Nombres divertidos, nombres serios, nombres infantiles, nombres irlandeses, nombres españoles... todo lo que se te ocurra, lo escribí.

 

Después de mirar mi lista como si fuera el Código Da Vinci, se me iluminó la cabeza: el nombre tenía que ser breve y conciso, algo que hasta los humanos más pequeños pudieran recordar y decir sin problemas. Entonces se me ocurrió: este tipo es un extraterrestre, a los extraterrestres también se les llama alienígenas, ¿verdad? Y “alienígena” empieza con “Al”… ¿por qué no llamarlo simplemente Al? ¡Problema resuelto! Al, el extraterrestre, había nacido oficialmente.

 

Ahora que ya teníamos el nombre, era hora de darle vida a Al. Siempre lo imaginé como el pequeño extraterrestre más amigable de la galaxia, alguien tan lindo y encantador que los niños querrían ser su mejor amigo, darle un gran abrazo y no soltarlo nunca. A los niños les encanta todo lo que sea adorable y amigable, ¿verdad?

 

Entonces, comencé a pensar en ideas. ¿Cuántos ojos debería tener? ¿Debería tener antenas? ¿Y manos y piernas? ¡Tenía muchas decisiones que tomar! Pero después de muchos garabatos y fantasías, finalmente se me ocurrió el look perfecto para Al.

 

Meses después, la ilustradora lo logró. ¡Hizo realidad mi visión incluso mejor de lo que imaginaba! Los niños y los padres que han leído el libro, no paran de decirme cuánto les encantan las ilustraciones, y no podría estar más feliz con el resultado de Al. Un gran agradecimiento a María González León por capturar la personalidad de Al a la perfección. ¡No podría amar más a este pequeño!

 

Y así nació Al, el personaje principal. ¡Sigue leyendo para saber más sobre nuestro otro personaje, María!

Búsqueda de personajes
21 agosto 2024

La idea principal la tenía clara: este libro tenía que ser interactivo. Después de todo, si los niños querían quedarse, ¡tenían que ser parte de la acción!

 

Pero luego llegó la parte complicada. ¿Quiénes serían los personajes? ¿Cuál es la historia? ¿Y cómo podía crear algo que hiciera que los niños se involucraran en la historia e interactuaran con los personajes como si fueran viejos amigos?

 

Después de pensar mucho, se me ocurrió una idea. Los personajes principales deberían ser como los niños: ¡completamente ignorantes del español! De esa manera, los niños se verían reflejados en la historia y sentirían una conexión instantánea. Pero… ¿quiénes deberían ser estos personajes? Y, un momento, si no saben español, ¿cómo lo van a aprender? Alguien tiene que enseñárselo, ¿no?

 

Mi mente se volvió loca con posibilidades, desde animales que hablan hasta las criaturas más extravagantes que puedas imaginar, hasta que finalmente se me ocurrió la idea perfecta. El personaje principal tenía que ser un extraterrestre. Piénsalo: los extraterrestres no hablan español (bueno, probablemente no... pero ¿quién sabe?). ¡Los niños se sentirían totalmente identificados con un extraterrestre que estuviera aprendiendo un nuevo idioma, igual que ellos! Además, este extraterrestre no sabría nada sobre la Tierra, lo cual es perfecto porque los niños también están empezando a entender el mundo. Es un beneficio mutuo: ¡todos aprenden juntos! ¡Así que, decidido, será un extraterrestre!

 

Pero ¿quién le va a enseñar español a este pequeño extraterrestre curioso? Después de pensarlo un poco más, decidí que tenía que ser una niña. Los niños definitivamente se sentirían identificados con ella, y ¿quién mejor que una niña para enseñarle español a un extraterrestre?

 

Con mis personajes en su lugar, ¡estaba más que feliz! No podía imaginar una mejor combinación. Ahora solo falta darles nombres, personalidades y un aspecto... pero guardaremos esa diversión para otro post.

 

¡Estad al tanto!

Cómo la búsqueda de un perro inspiró la idea de mi libro
20 agosto 2024

La mañana comenzó como cualquier otra: entré a mi aula, lista para enfrentarme a un grupo de pequeños humanos con energía infinita. Pero hoy, mi misión era diferente. ¿Mi objetivo? Observar a cada uno de los pequeñines bajo mi cuidado para descubrir qué era lo que realmente captaba su atención. ¿Por qué? Porque tenía el sueño de escribir un libro que les ayudara a aprender español, y para hacerlo, necesitaba descifrar qué los hacía "clic".

Aquí va un dato curioso sobre mí: cuando empiezo a pensar en algo, mi cerebro se pone a mil por hora. Una idea lleva a otra, y antes de darme cuenta, mi cabeza está llena de pensamientos, cada uno más grande que el anterior.

Así que ahí estaba yo, observando atentamente a estos pequeñines mientras jugaban, tratando de descubrir qué los hacía brillar de interés. Durante una de estas sesiones de juego libre, una vocecita dijo: "¿Nos puedes leer un libro?". Por supuesto, accedí, y eligieron una historia que les hacía buscar objetos escondidos, como una pequeña búsqueda del tesoro en papel. "¿Dónde está el perro?", preguntaba el libro.

De repente, todos estaban súper concentrados, con los ojos bien abiertos, pasando las páginas con sus deditos, cada niño desesperado por ser el primero en encontrar al escurridizo perro.

 

Y así, tuve mi primera gran idea: necesitaba crear un libro que requiriera interacción. Un libro donde los niños no solo escucharan de manera pasiva, sino que se sumergieran de lleno—buscando, respondiendo, encontrando. Algo que los hiciera sentir parte de la historia, no solo espectadores. Rápidamente anoté esta idea. Era un pequeño paso, claro, ¡pero un paso importante!

Cada pequeña revelación me acercaba más a escribir el libro perfecto—uno que no solo captara su imaginación, sino que también incluyera lecciones de español de forma astuta.

Unos meses más tarde, esa idea se convirtió en un libro real. Un libro que comenzó con una simple observación durante el tiempo de juego, pero que se convirtió en algo con lo que los niños podían interactuar y, lo más importante, ¡amar mientras aprendían español! Todo gracias a esos pequeñines y su misión de encontrar al perro.

Mi primer cuento
19 agosto 2024

Aquí les dejo mi primera historia corta, escrita cuando tenía solo 10 años. ¡Este pequeño relato me llevó a ser finalista en el concurso de escritura de mi ciudad durante la feria del libro de 2003! ¿Quién iba a pensar que un niño con la cabeza llena de ideas locas llegaría tan lejos? ¡Espero que disfruten leyéndola tanto como yo disfruté escribiéndola!

 

Los deseos de Ana

Había una vez una niña llamada Ana que nunca había celebrado su cumpleaños porque sus padres eran muy pobres. El día antes de su cumpleaños, Ana rezaba para que al día siguiente le hicieran muchos regalos y pensó: “¡Me gustaría mucho tener una Barbie, una bicicleta, un perro... ¡qué bien me lo pasaría!”

Por la noche, llegó su padre de trabajar y estaba muy cansado, pues trabajaba en las minas sacando carbón y ganaba muy poco dinero. Ana, al ver a su padre tan cansado, pensó: “¡Pobre papá! Se pasa el día trabajando para que podamos comer. Creo que cambiaré uno de mis deseos; el perro no lo quiero. Lo que quiero es que mi padre encuentre un trabajo menos cansado, y así, cuando venga a casa, podrá jugar conmigo”.

Mientras estaban cenando un poco de sopa, Ana vio en la televisión a muchos niños negritos que se morían de hambre y pensó: “Creo que cambiaré otro deseo. ¡No quiero la muñeca Barbie! Lo que quiero es que todos los niños negritos puedan cenar sopa como ceno yo”.

En las noticias, vio que había una guerra; estaban matando a muchas personas inocentes: hijos que se quedaban sin sus papás, otros niños que se quedaban sin brazos o piernas, y pensó: “¡Pobre gente de la guerra! Creo que cambiaré mi último deseo. ¡No quiero la bicicleta! Quiero que se acabe la guerra y que todos los niños tengan a sus papás”.

Ana se fue a la cama muy contenta, y cuando estaba quedándose dormida, se le apareció un hada madrina y le dijo: “Como has tenido muy buenos deseos para los demás, te concederé el juguete que tú quieras”. Ana, después de pensar mucho, dijo: “Lo que más deseo es que mi papá no trabaje tanto para que no esté tan cansado”.

Al día siguiente, Ana se levantó y vio a su padre muy contento. Él la cogió en brazos y le dijo: “¡Hija mía, me han ofrecido un trabajo mejor! No tendré que trabajar tanto y podré jugar contigo todos los días”.

Para Ana, ese cumpleaños fue el más feliz de su vida.

Cómo empezó todo (Parte 2)
16 agosto 2024

Después de buscar por todo internet y preguntar en casi todos mis grupos de Facebook (sí, a los 843,587—me volví un poco loca uniéndome a grupos cuando llegué a Irlanda como au pair), me di cuenta de que no había un solo libro que pudiera recomendarle a esta mamá que quería ayudar a su peque a seguir aprendiendo español en casa.

Había montones de libros bilingües (en inglés y español) y muchísimos para enseñar español en primaria, pero todos eran más académicos de lo que esta mamá buscaba. Necesitaba algo divertido, fácil y que su hija disfrutara mientras aprendía el idioma que tanto le gustaba.

Esa noche me fui a la cama un poco frustrada, porque estaba convencida de que iba a encontrar un montón de opciones geniales. Pero justo cuando estaba a punto de quedarme dormida, ¡zas!, se me encendió la bombilla como por arte de magia. Fue como si una vocecita me susurrara: “¿Por qué no escribes un libro tú misma?”. En serio, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Siempre me ha encantado escribir (solía ganar concursos de escritura en el cole), así que apunté la idea en mi teléfono para revisarla al día siguiente. Era demasiado tarde para ponerme a ello esa noche—y tenía que madrugar para trabajar—pero sabía que esta idea iba a llevar a algo bueno. ¡Lo presentía!

Cómo empezó todo (Parte 1)
14 agosto 2024

Ahora que ha pasado algo de tiempo, parece que publicar mi primer libro infantil fue fácil. Pero déjame decirte, no lo fue. Ni de lejos. De hecho, fue más como tratar de resolver un rompecabezas en el que faltan piezas.

Todo el proceso comenzó con un montón de investigación. Tenía que averiguar cómo hacerlo, qué pasos seguir, a quién contactar y, por supuesto, cuánto costaría. (¿Podría siquiera permitírmelo? ¡No estaba segura!) Hay tantas cosas que necesitas saber antes de escribir—y aún más antes de publicar—un libro.

Siempre me ha encantado escribir, como mencioné en mi entrada anterior, pero escribir un libro... eso ya era otra historia. Claro, la idea había pasado por mi mente un par de veces, pero nunca pensé que realmente lo haría. Eso es algo que hacen otros, ¿verdad?

No fue hasta que comencé a trabajar en el colegio en el que estoy ahora que la idea realmente cobró sentido. Enseñamos español, lo cual era algo nuevo para mí, pero muy divertido—a los niños también les encantaba. Se convirtió en su idioma secreto, como un código que los adultos a su alrededor no podían entender. Al ver cómo aprendían nuevas palabras tan rápido, seguía pensando en diferentes maneras de enseñarles más: juegos, manualidades, actividades... lo que se te ocurra, lo llevaba a cabo con esos peques.

Un día, una de las mamás me preguntó si sabía de algún libro que pudiera ayudar a su hija a seguir aprendiendo español en casa. Su pequeña estaba aprendiendo el idioma tan rápido y seguía preguntando cómo se decían las cosas en español, pero ella no sabía cómo ayudar. Le dije inmediatamente que lo investigaría y le informaría.

Y así fue como comenzó mi investigación... ¡y la verdadera aventura!

De listas a blog: la nueva aventura de una chica española
13 agosto 2024

Soy María Jesús, una chica española de 31 años que cambió la soleada España por las colinas esmeralda de Irlanda en 2015. Si tienes curiosidad por conocer los detalles de mi viaje, no dudes en consultar la sección "Información". Pero por ahora, ¡vayamos a lo bueno!


Después de publicar mi primer libro infantil, “Al gets lost in Spain”, y después de pensarlo durante un tiempo, he decidido adentrarme en el mundo de los blogs.


Me gustaría poder deciros con qué frecuencia publicaré o qué temas trataré, pero, sinceramente, ¡no tengo ni idea! Lo que sí sé es que estoy muy ilusionada por comenzar esta nueva aventura y no puedo esperar a ver a dónde nos lleva.


Siempre me ha gustado escribir. Ya sea escribiendo listas de compras, anotando listas de tareas pendientes, volcando mi corazón en un papel, abordando esas conversaciones difíciles cuando las palabras simplemente no salen en persona o inventando historias de la nada. Básicamente, si se trata de palabras, allí estoy. Entonces, ¿por qué no probar con esto de escribir un blog?


Puede que resulte increíble y me haga muy feliz. O puede que fracase estrepitosamente y, ¿adivinen qué? Seguiré estando muy feliz porque habré dedicado mi tiempo a hacer algo que me encanta: ¡escribir!


Eso es todo por ahora. No veo la hora de ver a dónde me lleva este viaje y espero que me acompañéis.


¡Estad al tanto!

© 2024 María Jesús Quirós

  • Twitter
  • Facebook
  • Instagram
  • LinkedIn
bottom of page